Roberto Iniesta-El Viaje Íntimo de La Locura
“Que tiran
la casa, muy bien, pues ya está tirada y ya está llorada. La doctora, por el
contrario, no puede ocultar su decepción. Se había hecho ilusiones, aunque no
hubiera motivos para ello, y se siente hundida. Todo ha terminado.
Durante el
tiempo que ha durado el derribo, don Severino y la doctora han permanecido en
silencio. La doctora, a lo largo de la tarde, lo ha roto alguna vez, pero don
Severino no ha contestado; no la oía. En esos momentos, tal vez don Severino
fuera eucalipto, cerezo, casa, escombro o nada.
Ahora que la
doctora ha terminado de grabar y don Severino ha dejado de sufrir, los dos se
miran, y la doctora vuelve a intentar el contacto.
—Severino,
¿se encuentra bien?
—Sí, estoy
bien. ¿Y usted?
—¿Yo? Sí…,
bien. Es que como estaba tan callado, me pareció… —La doctora tiene la cabeza
llena de dudas y, como don Severino no deja de mirarla fijamente, decide que es
la ocasión idónea para preguntar—: ¿Es verdad lo que le ha dicho al abogado,
que no sabe qué va a hacer a partir de hoy?
—Teresa,
¿puedo tutearla?
—¿Cómo dice?
—A la doctora se le han disparado todas las alarmas: el corazón le late a ritmo
de samba, tiene un extraño nudo en la garganta y la cara se le ha puesto roja,
alertando de la tentativa de transgresión.
—Digo que si
le gustaría que fuera sincero.
Esto se está
convirtiendo en un allanamiento en toda regla. La doctora no se ha recuperado
del primer asalto y ya está tratando de encajar la siguiente embestida.
—¿Por qué
dice eso?
—Porque lo
único que quiero hacer es amarla. ¿Le gustaría que hiciéramos el amor?
—¡Qué…!
Desde que
comenzaron a hablar sólo ha habido preguntas. La doctora no contestó a tiempo a
la primera, y se le han amontonado, formando un gran interrogante que precisa
una única respuesta. Don Severino no ha dejado de mirar a los ojos a la
doctora. Ella, en cambio, ha estado rehuyendo su mirada. Finalmente, con un ¡qué…!
que significa: ¿por qué me hace esto?, se ha quedado mirando a don Severino con
la boca abierta, con cara de susto y sin decir nada. Ella fue la que empezó, la
que desató la tormenta. En el fondo, sabía que preguntar era meterse en un
terreno íntimo del que no le sería fácil salir sin mojarse. Pero necesitaba
saber. Aunque, quizá, lo que necesita saber la doctora no puede contestarlo
nadie que no sea ella misma.
Mientras la
doctora lucha con las palabras para que no salgan de su boca y don Severino
espera paciente esa única respuesta a todas sus preguntas, el silencio se
adueña de la situación y se hace fuerte. Es un silencio tan denso que ha
apagado el ruido de las obras y ha hecho que el paisaje se difumine. Es un
silencio que ha dicho: Sí, otorgo. Un silencio tirano que ha contestado sin
contar con nadie y les ha ordenado besarse y acariciarse y besarse y besarse, y
se lo ha cantado a los dos al oído, como una coplilla, contento de tenerlos en
su reino, en donde las palabras sobran.
Don Severino
y la doctora han obedecido al silencio, muy despacio, casi sin moverse. Han ido
acercando las manos hasta que las puntas de los dedos se han encontrado, y la
energía que ha pasado de uno a otro les ha hecho estremecerse. Han seguido
acercándose poco a poco, respirándose, retardando el momento, saboreando el
olor, el roce, hasta que sus labios se han encontrado, y, abriéndolos, don
Severino y la doctora han dejado que sus almas, convertidas en lenguas, se
conozcan sin que ningún obstáculo se interponga entre ellas.
La Luna ha
visto a don Severino y a la doctora besándose, y la noticia ha corrido como la
pólvora. El cielo, que estaba despejado, se está llenando de nubes que vienen,
como siempre, curiosas, a enterarse de cuanto se puedan enterar. Confundiéndose
unas con otras, acaban por ocupar todas las localidades, y la Luna se queda sin
ver lo que pasa. Las nubes no se aguantan: algunas están dejando caer gotitas
que, con la emoción, no son capaces de controlar; otras, viendo a los amantes,
están poniéndose tan nerviosas y cargándose de tanta energía que les dan ganas
de tronar; y otras, se acercan al suelo, queriendo oír lo que le dice don
Severino a su enamorada. Quieren saber si le habla de la Luna, para contárselo
luego, para decirle que no se preocupe, que en el fondo sólo piensa en ella.
Pero don Severino y la doctora siguen mudos. Con la noche alrededor, se han
subido a la cabaña del guayabo, y todas las preguntas han encontrado su pareja,
su respuesta. Se han buscado entre ellas sin que las palabras las ayudaran a
organizarse, porque don Severino y la doctora se han olvidado de que las
palabras estaban ahí. Ahora se comunican con otro lenguaje. Todo es más
primario, más importante, vital.
De repente,
un solemne trueno, justo encima de sus cabezas, da la señal de salida, y se
inicia una carrera de millones de gotas de agua que se precipitan hacia el
suelo, llenando el aire de movimiento. La selva entera se convulsiona cuando
las gotas se estrellan en su meta, anegando la tierra y clavándose en ella. Y
el universo se convierte en inundación y vitalidad, y don Severino y la doctora
que se desbordan, que se desbocan, que rebosan… y se deshacen.”
Roberto Iniesta-El Viaje Íntimo de la Locura
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