Isaac Asimov-La última pregunta
Isaac Asimov-La última pregunta
La última pregunta se formuló por primera vez, medio en broma, el 21 de mayo de 2061, en momentos en que la humanidad (también por primera vez) se bañó en luz. La pregunta llegó como resultado de una apuesta por cinco dólares hecha entre dos hombres que bebían cerveza, y sucedió de esta manera:
Alexander Adell y Bertram
Lupov eran dos de los fieles asistentes de Multivac. Dentro de las dimensiones
de lo humano sabían qué era lo que pasaba detrás del rostro frío, parpadeante e
intermitentemente luminoso —kilómetros y kilómetros de rostro— de la gigantesca
computadora. Al menos tenían una vaga noción del plan general de circuitos y retransmisores
que desde hacía mucho tiempo habían superado toda posibilidad de ser dominados
por una sola persona.
Multivac se autoajustaba y
autocorregía. Así tenía que ser, porque nada que fuera humano podía ajustarla y
corregirla con la rapidez suficiente o siquiera con la eficacia suficiente. De
manera que Adell y Lupov atendían al monstruoso gigante sólo en forma ligera y
superficial, pero lo hacían tan bien como podría hacerlo cualquier otro hombre.
La alimentaban con información, adaptaban las preguntas a sus necesidades y
traducían las respuestas que aparecían. Por cierto, ellos, y todos los demás
asistentes tenían pleno derecho a compartir la gloria de Multivac.
Durante décadas, Multivac
ayudó a diseñar naves y a trazar las trayectorias que permitieron al hombre
llegar a la Luna, a Marte y a Venus, pero después de eso, los pobres recursos
de la Tierra ya no pudieron serles de utilidad a las naves. Se necesitaba
demasiada energía para los viajes largos y pese a que la Tierra explotaba su
carbón y uranio con creciente eficacia había una cantidad limitada de ambos.
Pero lentamente, Multivac
aprendió lo suficiente como para responder a las preguntas más complejas en
forma más profunda, y el 14 de mayo de 2061 lo que hasta ese momento era teoría
se convirtió en realidad.
La energía del Sol fue
almacenada, modificada y utilizada directamente en todo el planeta. Cesó en
todas partes el hábito de quemar carbón y fisionar uranio y toda la Tierra se
conectó con una pequeña estación —de un kilómetro y medio de diámetro— que
circundaba el planeta a mitad de distancia de la Luna, para funcionar con rayos
invisibles de energía solar.
Siete días no habían
alcanzado para empañar la gloria del acontecimiento, y Adell y Lupov finalmente
lograron escapar de la celebración pública, para refugiarse donde nadie
pensaría en buscarlos: en las desiertas cámaras subterráneas, donde se veían
partes del poderoso cuerpo enterrado de Multivac. Sin asistentes, ociosa,
clasificando datos con clicks satisfechos y perezosos, Multivac también se
había ganado sus vacaciones y los asistentes la respetaban y originalmente no
tenían intención de perturbarla.
Se habían llevado una
botella, y su única preocupación en ese momento era relajarse y disfrutar de la
bebida.
Es asombroso, cuando uno lo
piensa —dijo Adell. En su rostro ancho se veían huellas de cansancio, y removió
lentamente la bebida con una varilla de vidrio, observando el movimiento de los
cubos de hielo en su interior—. Toda la energía que podremos usar de ahora en
adelante, gratis. Suficiente energía, si quisiéramos emplearla, como para
derretir a toda la Tierra y convertirla en una enorme gota de hierro líquido
impuro, y no echar de menos la energía empleada. Toda la energía que podremos
usar por siempre y siempre y siempre.
Lupov ladeó la cabeza.
Tenía el hábito de hacerlo cuando quería oponerse a lo que oía, y en ese
momento quería oponerse; en parte porque había tenido que llevar el hielo y los
vasos.
—No para siempre —dijo.
—Ah, vamos, prácticamente
para siempre. Hasta que el Sol se apague, Bert.
—Entonces no es para
siempre.
—Muy bien, entonces.
Durante miles de millones de años. Veinte mil millones, tal vez. ¿Estás
satisfecho?
Lupov se pasó los dedos por
los escasos cabellos como para asegurarse de que todavía le quedaban algunos y
tomó un pequeño sorbo de su bebida.
—Veinte mil millones de
años no es «para siempre».
—Bien, pero superará
nuestra época ¿verdad?
—También la superarán el
carbón y el uranio.
—De acuerdo, pero ahora
podemos conectar cada nave espacial individualmente con la Estación Solar, y
hacer que vaya y regrese de Plutón un millón de veces sin que tengamos que
preocuparnos por el combustible. No puedes hacer eso con carbón y uranio.
Pregúntale a Multivac, si no me crees.
—No necesito preguntarle a
Multivac. Lo sé.
—Entonces deja de quitarle
méritos a lo que Multivac ha hecho por nosotros —dijo Adell, malhumorado—. Se
portó muy bien.
—¿Quién dice que no? Lo que
yo sostengo es que el Sol no durará eternamente. Eso es todo lo que digo.
Estamos a salvo por veinte mil millones de años, pero ¿y luego? —Lupov apuntó
con un dedo tembloroso al otro—. Y no me digas que nos conectaremos con otro
Sol.
Durante un rato hubo
silencio. Adell se llevaba la copa a los labios sólo de vez en cuando, y los
ojos de Lupov se cerraron lentamente. Descansaron.
De pronto Lupov abrió los
ojos.
—Piensas que nos
conectaremos con otro Sol cuando el nuestro muera, ¿verdad?
—No estoy pensando nada.
—Seguro que estás pensando.
Eres malo en lógica, ése es tu problema. Eres como ese tipo del cuento a quien
lo sorprendió un chaparrón, corrió a refugiarse en un monte y se paró bajo un
árbol. No se preocupaba porque pensaba que cuando un árbol estuviera totalmente
mojado, simplemente iría a guarecerse bajo otro.
—Entiendo —dijo Adell—, no
grites. Cuando el Sol muera, las otras estrellas habrán muerto también.
—Por supuesto —murmuró
Lupov—. Todo comenzó con la explosión cósmica original, fuera lo que fuese, y
todo terminará cuando todas las estrellas se extingan. Algunas se agotan antes
que otras. Por Dios, los gigantes no durarán cien millones de años. El Sol
durará veinte mil millones de años y tal vez las enanas durarán cien mil
millones por mejores que sean. Pero en un trillón de años estaremos a oscuras.
La entropía tiene que incrementarse al máximo, eso es todo.
—Sé todo lo que hay que
saber sobre la entropía —dijo Adell, tocado en su amor propio.
—¡Qué vas a saber!
—Sé tanto como tú.
—Entonces sabes que todo se
extinguirá algún día.
—Muy bien. ¿Quién dice que
no?
—Tú, grandísimo tonto.
Dijiste que teníamos toda la energía que necesitábamos, para siempre. Dijiste
«para siempre».
Esa vez le tocó a Adell
oponerse.
—Tal vez podamos
reconstruir las cosas algún día.
—Nunca.
—¿Por qué no? Algún día.
—Nunca.
—Pregúntale a Multivac.
—Pregúntale tú a Multivac.
Te desafío. Te apuesto cinco dólares a que no es posible.
Adell estaba lo
suficientemente borracho como para intentarlo y lo suficientemente sobrio como
para traducir los símbolos y operaciones necesarias para formular la pregunta
que, en palabras, podría haber correspondido a esto: ¿Podrá la humanidad algún
día, sin el gasto neto de energía, devolver al Sol toda su juventud aún después
que haya muerto de viejo?
O tal vez podría reducirse
a una pregunta más simple, como ésta: ¿Cómo puede disminuirse masivamente la
cantidad neta de entropía del universo?
Multivac enmudeció. Los
lentos resplandores oscuros cesaron, los clicks distantes de los transmisores
terminaron.
Entonces, mientras los
asustados técnicos sentían que ya no podían contener más el aliento, el
teletipo adjunto a la computadora cobró vida repentinamente. Aparecieron cinco
palabras impresas:
DATOS INSUFICIENTES PARA
RESPUESTA ESCLARECEDORA.
—No hay apuesta —murmuró
Lupov. Salieron apresuradamente.
A la mañana siguiente, los
dos, con dolor de cabeza y la boca pastosa, habían olvidado el incidente.
* * *
Jerrodd,
Jerrodine y Jerrodette I y II observaban la imagen estrellada en el visiplato
mientras completaban el pasaje por el hiperespacio en un lapso fuera de las
dimensiones del tiempo. Inmediatamente, el uniforme de polvo de estrellas dio
paso al predominio de un único disco de mármol, brillante, centrado.
—Es X-23 —dijo Jerrodd con
confianza. Sus manos delgadas se entrelazaron con fuerza detrás de su espalda y
los nudillos se pusieron blancos.
Las pequeñas Jerrodettes,
niñas ambas, habían experimentado el pasaje por el hiperespacio por primera vez
en su vida. Contuvieron sus risas y se persiguieron locamente alrededor de la
madre, gritando:
—Hemos llegado a X-23…
hemos llegado a X-23… hemos llegado a X-23… hemos llegado…
—Tranquilas, niñas —dijo
rápidamente Jerrodine—. ¿Estás seguro, Jerrodd?
—¿De qué hay que estar
seguro? —preguntó Jerrodd, echando una mirada al tubo de metal justo debajo del
techo, que ocupaba toda la longitud de la habitación y desaparecía a través de
la pared en cada extremo. Tenía la misma longitud que la nave.
Jerrodd sabía poquísimo
sobre el grueso tubo de metal excepto que se llamaba Microvac, que uno le hacía
preguntas si lo deseaba; que aunque uno no se las hiciera de todas maneras
cumplía con su tarea de conducir la nave hacia un destino prefijado, de
abastecerla de energía desde alguna de las diversas estaciones de Energía
Subgaláctica y de computar las ecuaciones para los saltos hiperespaciales.
Jerrodd y su familia no
tenían otra cosa que hacer sino esperar y vivir en los cómodos sectores
residenciales de la nave.
Cierta vez alguien le había
dicho a Jerrodd, que el «ac» al final de «Microvac» quería decir «computadora
análoga» en inglés antiguo, pero estaba a punto de olvidar incluso eso.
Los ojos de Jerrodine
estaban húmedos cuando miró el visiplato.
—No puedo evitarlo. Me
siento extraña al salir de la Tierra.
—¿Por qué, caramba?
—preguntó Jerrodd—. No teníamos nada allí. En X-23 tendremos todo. No estarás
sola. No serás una pionera. Ya hay un millón de personas en ese planeta. Por
Dios, nuestros bisnietos tendrán que buscar nuevos mundos porque llegará el día
en que X-23 estará superpoblado. —Luego agregó, después de una pausa
reflexiva—: Te aseguro que es una suerte que las computadoras hayan
desarrollado viajes interestelares, considerando el ritmo al que aumenta la
raza.
—Lo sé, lo sé —respondió
Jerrodine con tristeza.
Jerrodette I dijo de
inmediato:
—Nuestra Microvac es la
mejor Microvac del mundo.
—Eso creo yo también
—repuso Jerrodd, desordenándole el pelo.
Era realmente una sensación
muy agradable tener una Microvac propia y Jerrodd estaba contento de ser parte
de su generación y no de otra. En la juventud de su padre las únicas
computadoras eran unas enormes máquinas que ocupaban un espacio de ciento
cincuenta kilómetros cuadrados. Sólo había una por planeta. Se llamaban ACs
Planetarias. Durante mil años habían crecido constantemente en tamaño y luego,
de pronto, llegó el refinamiento. En lugar de transistores hubo válvulas
moleculares, de manera que hasta la AC Planetaria más grande podía colocarse en
una nave espacial y ocupar sólo la mitad del espacio disponible.
Jerrodd se sentía eufórico
siempre que pensaba que su propia Microvac personal era muchísimo más compleja
que la antigua y primitiva Multivac que por primera vez había domado al Sol, y
casi tan complicada como una AC Planetaria de la Tierra (la más grande) que por
primera vez resolvió el problema del viaje hiperespacial e hizo posibles los
viajes a las estrellas.
—Tantas estrellas, tantos
planetas —suspiró Jerrodine, inmersa en sus propios pensamientos—. Supongo que
las familias seguirán emigrando siempre a nuevos planetas, tal como lo hacemos
nosotros ahora.
—No siempre —respondió
Jerrodd, con una sonrisa—. Todo esto terminará algún día, pero no antes de que
pasen billones de años. Muchos billones. Hasta las estrellas se extinguen,
¿sabes? Tendrá que aumentar la entropía.
—¿Qué es la entropía, papá?
—preguntó Jerrodette II con voz aguda.
—Entropía, querida, es sólo
una palabra que significa la cantidad de desgaste del universo. Todo se
desgasta, como sabrás, por ejemplo tu pequeño robot walkie-talkie, ¿recuerdas?
—¿No puedes ponerle una
nueva unidad de energía, como a mi robot?
—Las estrellas son unidades
de energía, querida. Una vez que se extinguen, ya no hay más unidades de
energía.
Jerrodette I lanzó un
chillido de inmediato.
—No las dejes, papá. No
permitas que las estrellas se extingan.
—Mira lo que has hecho
—susurró Jerrodine, exasperada.
—¿Cómo podía saber que iba
a asustarla? —respondió Jerrodd también en un susurro.
—Pregúntale a la Microvac
—gimió Jerrodette I—. Pregúntale cómo volver a encender las estrellas.
—Vamos —dijo Jerrodine—.
Con eso se tranquilizarán (Jerrodette II ya se estaba echando a llorar,
también).
Jerrodd se encogió de
hombros.
—Ya está bien, queridas. Le
preguntaré a Microvac. No se preocupen, ella nos lo dirá.
Le preguntó a la Microvac,
y agregó rápidamente:
—Imprimir la respuesta.
Jerrodd retiró la delgada
cinta de celufilm y dijo alegremente:
—Miren, la Microvac dice
que se ocupará de todo cuando llegue el momento, y que no se preocupen.
Jerrodine dijo:
—Y ahora, niñas, es hora de
acostarse. Pronto estaremos en nuestro nuevo hogar.
Jerrodd leyó las palabras
en el celufilm nuevamente antes de destruirlo:
DATOS INSUFICIENTES PARA
RESPUESTA ESCLARECEDORA.
Se encogió de hombros y
miró el visiplato. El X-23 estaba cerca.
* * *
VJ-23X de
Lameth miró las negras profundidades del mapa tridimensional en pequeña escala
de la Galaxia y dijo:
—¿No será una ridiculez que
nos preocupe tanto la cuestión?
MQ-17J de Nicron sacudió la
cabeza.
—Creo que no. Sabes que la
Galaxia estará llena en cinco años con el actual ritmo de expansión.
Los dos parecían jóvenes de
poco más de veinte años. Ambos eran altos y de formas perfectas.
—Sin embargo —dijo VJ-23X—,
me resisto a presentar un informe pesimista al Consejo Galáctico.
—Yo no pensaría en
presentar ningún otro tipo de informe. Tenemos que inquietarlos un poco. No hay
otro remedio.
VJ-23X suspiró.
—El espacio es infinito.
Hay cien billones de galaxias disponibles.
—Cien billones no es
infinito, y cada vez se hace menos infinito. ¡Piénsalo! Hace veinte mil años,
la humanidad resolvió por primera vez el problema de utilizar energía estelar,
y algunos siglos después se hicieron posibles los viajes interestelares. A la
humanidad le llevó un millón de años llenar un pequeño mundo y luego sólo
quince mil años llenar el resto de la Galaxia. Ahora la población se duplica
cada diez años…
VJ-23X lo interrumpió.
—Eso debemos agradecérselo
a la inmortalidad.
—Muy bien. La inmortalidad
existe y debemos considerarla. Admito que esta inmortalidad tiene su lado
complicado. La AC Galáctica nos ha solucionado muchos problemas, pero al
resolver el problema de evitar la vejez y la muerte, anuló todas las otras
cuestiones.
—Sin embargo no creo que
desees abandonar la vida.
—En absoluto —saltó MQ-17J,
y luego se suavizó de inmediato—. No todavía. No soy tan viejo. ¿Cuántos años
tienes tú?
—Doscientos veintitrés. ¿Y
tú?
—Yo todavía no tengo
doscientos. Pero, volvamos a lo que decía. La población se duplica cada diez
años. Una vez que se llene esta galaxia, habremos llenado otra en diez años.
Diez años más y habremos llenado dos más. Otra década, cuatro más. En cien
años, habremos llenado mil galaxias; en mil años, un millón de galaxias. En
diez mil años, todo el universo conocido. Y entonces, ¿qué?
VJ-23X dijo:
—Como problema paralelo,
está el del transporte. Me pregunto cuántas unidades de energía solar se
necesitarán para trasladar galaxias de individuos de una galaxia a la
siguiente.
—Muy buena observación. La
humanidad ya consume dos unidades de energía solar por año.
—La mayor parte de esta
energía se desperdicia. Al fin y al cabo, nuestra propia galaxia sola gasta mil
unidades de energía solar por año, y nosotros solamente usamos dos de ellas.
—De acuerdo, pero aún con
una eficiencia de un cien por ciento, sólo podemos postergar el final. Nuestras
necesidades energéticas crecen en progresión geométrica, y a un ritmo mayor que
nuestra población. Nos quedaremos sin energía todavía más rápido que sin
galaxias. Muy buena observación. Muy, muy buena observación.
—Simplemente tendremos que
construir nuevas estrellas con gas interestelar.
—¿O con calor disipado?
—preguntó MQ-17J, con tono sarcástico.
—Puede haber alguna forma de
revertir la entropía. Tenemos que preguntárselo a la AC Galáctica.
VJ-23X no hablaba realmente
en serio, pero MQ-17J sacó su contacto AC del bolsillo y lo colocó sobre la
mesa frente a él.
—No me faltan ganas —dijo—.
Es algo que la raza humana tendrá que enfrentar algún día.
Miró sombríamente su
pequeño contacto AC. Era un objeto de apenas cinco centímetros cúbicos, nada en
sí mismo, pero estaba conectado a través del hiperespacio con la gran AC
Galáctica que servía a toda la humanidad y, a su vez era parte integral suya.
MQ-17J hizo una pausa para
preguntarse si algún día, en su vida inmortal, llegaría a ver la AC Galáctica.
Era un pequeño mundo propio, una telaraña de rayos de energía que contenía la
materia dentro de la cual las oleadas de los planos medios ocupaban el lugar de
las antiguas y pesadas válvulas moleculares. Sin embargo, a pesar de esos
funcionamientos subetéreos, se sabía que la AC Galáctica tenía mil diez metros
de ancho.
Repentinamente, MQ-17J
preguntó a su contacto AC:
—¿Es posible revertir la
entropía?
VJ-23X, sobresaltado, dijo
de inmediato:
—Ah, mira, realmente yo no
quise decir que tenías que preguntar eso.
—¿Por qué no?
—Los dos sabemos que la
entropía no puede revertirse. No puedes volver a convertir el humo y las
cenizas en un árbol.
—¿Hay árboles en tu mundo?
—preguntó MQ-17J.
El sonido de la Galáctica
AC los sobresaltó y les hizo guardar silencio. Se oyó su voz fina y hermosa en
el contacto AC en el escritorio. Dijo:
DATOS INSUFICIENTES PARA
RESPUESTA ESCLARECEDORA.
VJ-23X dijo:
—¡Ves!
Entonces los dos hombres
volvieron a la pregunta del informe que tenían que hacer para el Consejo
Galáctico.
* * *
La mente de
Zee Prime abarcó la nueva galaxia con un leve interés en los incontables
racimos de estrellas que la poblaban. Nunca había visto eso antes. ¿Alguna vez
las vería todas? Tantas estrellas, cada una con su carga de humanidad… una
carga que era casi un peso muerto. Cada vez más, la verdadera esencia del
hombre había que encontrarla allá afuera, en el espacio.
¡En las mentes, no en los
cuerpos! Los cuerpos inmortales permanecían en los planetas, suspendidos sobre
los eones. A veces despertaban a una actividad material pero eso era cada vez
más raro. Pocos individuos nuevos nacían para unirse a la multitud
increíblemente poderosa, pero ¿qué importaba? Había poco lugar en el universo
para nuevos individuos.
Zee Prime despertó de su
ensoñación al encontrarse con los sutiles manojos de otra mente.
—Soy Zee Prime. ¿Y tú?
—Soy Dee Sub Wun. ¿Tu
galaxia?
—Sólo la llamamos Galaxia.
¿Y tú?
—Llamamos de la misma
manera a la nuestra. Todos los hombres llaman Galaxia a su galaxia, y nada más.
¿Por qué será?
—Porque todas las galaxias
son iguales.
—No todas. En una galaxia
en particular debe de haberse originado la raza humana. Eso la hace diferente.
Zee Prime dijo:
—¿En cuál?
—No sabría decirte. La AC
Universal debe estar enterada.
—¿Se lo preguntamos? De
pronto tengo curiosidad por saberlo.
Las percepciones de Zee
Prime se ampliaron hasta que las galaxias mismas se encogieron y se
convirtieron en un polvo nuevo, más difuso, sobre un fondo mucho más grande.
Tantos cientos de billones de galaxias, cada una con sus seres inmortales,
todas llevando su carga de inteligencias, con mentes que vagaban libremente por
el espacio. Y sin embargo una de ellas era única entre todas por ser la Galaxia
original. Una de ellas tenía en su pasado vago y distante, un período en que había
sido la única galaxia poblada por el hombre.
Zee Prime se consumía de
curiosidad por ver esa galaxia y gritó:
—¡AC Universal! ¿En qué
galaxia se originó el hombre?
La AC Universal oyó, porque
en todos los mundos tenía listos sus receptores, y cada receptor conducía por
el hiperespacio a algún punto desconocido donde la AC Universal se mantenía
independiente.
Zee Prime sólo sabía de un
hombre cuyos pensamientos habían penetrado a distancia sensible de la AC
Universal, y sólo informó sobre un globo brillante, de sesenta centímetros de
diámetro, difícil de ver.
—¿Pero cómo puede ser eso
toda la AC Universal? —había preguntado Zee Prime.
—La mayor parte —fue la
respuesta— está en el hiperespacio. No puedo imaginarme en qué forma está allí.
Nadie podía imaginarlo,
porque hacía mucho que había pasado el día —y eso Zee Prime lo sabía— en que
algún hombre tuvo parte en construir la AC Universal. Cada AC Universal
diseñaba y construía a su sucesora. Cada una, durante su existencia de un
millón de años o más, acumulaba la información necesaria como para construir
una sucesora mejor, más intrincada, más capaz en la cual dejar sumergido y
almacenado su propio acopio de información e individualidad.
La AC Universal interrumpió
los pensamientos erráticos de Zee Prime, no con palabras, sino con directivas.
La mentalidad de Zee Prime fue dirigida hacia un difuso mar de Galaxias donde
una en particular se agrandaba hasta convertirse en estrellas.
Llegó un pensamiento,
infinitamente distante, pero infinitamente claro.
ÉSTA ES LA GALAXIA
ORIGINAL DEL HOMBRE.
Pero era igual, al fin y al
cabo, igual que cualquier otra, y Zee Prime resopló de desilusión.
Dee Sub Wun, cuya mente
había acompañado a Zee Prime, dijo de pronto:
—¿Y una de estas estrellas
es la estrella original del hombre?
La AC Universal respondió:
LA ESTRELLA ORIGINAL DEL
HOMBRE SE HA HECHO NOVA. ES UNA ENANA BLANCA.
—¿Los hombres que la
habitaban murieron? —preguntó Zee Prime, sobresaltado y sin pensar.
La AC Universal respondió:
COMO SUCEDE EN ESTOS
CASOS UN NUEVO MUNDO PARA SUS CUERPOS FÍSICOS FUE CONSTRUIDO EN EL TIEMPO.
—Sí, por supuesto —dijo Zee
Prime, pero aún así lo invadió una sensación de pérdida. Su mente dejó de
centrarse en la Galaxia original del hombre, y le permitió volver y perderse en
pequeños puntos nebulosos. No quería volver a verla.
Dee Sub Wun dijo:
—¿Qué sucede?
—Las estrellas están
muriendo. La estrella original ha muerto.
—Todas deben morir. ¿Por
qué no?
—Pero cuando toda la
energía se haya agotado, nuestros cuerpos finalmente morirán, y tú y yo con
ellos.
—Llevará billones de años.
—No quiero que suceda, ni
siquiera dentro de billones de años. ¡AC Universal! ¿Cómo puede evitarse que
las estrellas mueran?
Dee Sub Wun dijo,
divertido:
—Estás preguntando cómo
podría revertirse la dirección de la entropía.
Y la AC Universal
respondió:
TODAVÍA HAY DATOS
INSUFICIENTES PARA UNA RESPUESTA ESCLARECEDORA.
Los pensamientos de Zee
Prime volaron a su propia galaxia. Dejó de pensar en Dee Sub Wun, cuyo cuerpo
podría estar esperando en una galaxia a un trillón de años luz de distancia, o
en la estrella siguiente a la de Zee Prime. No importaba.
Con aire desdichado, Zee
Prime comenzó a recoger hidrógeno interestelar con el cual construir una
pequeña estrella propia. Si las estrellas debían morir alguna vez, al menos
podrían construirse algunas.
* * *
El Hombre,
mentalmente, era uno solo, y estaba conformado por un trillón de trillones de
cuerpos sin edad, cada uno en su lugar, cada uno descansando, tranquilo e
incorruptible, cada uno cuidado por autómatas perfectos, igualmente
incorruptibles, mientras las mentes de todos los cuerpos se fusionaban
libremente entre sí, sin distinción.
El Hombre dijo:
—El universo está muriendo.
El Hombre miró a su alrededor
a las galaxias cada vez más oscuras. Las estrellas gigantes, muy gastadoras, se
habían ido hace rato, habían vuelto a lo más oscuro de la oscuridad del pasado
distante. Casi todas las estrellas eran enanas blancas, que finalmente se
desvanecían.
Se habían creado nuevas
estrellas con el polvo que había entre ellas, algunas por procesos naturales,
otras por el Hombre mismo, y también se estaban apagando. Las enanas blancas
aún podían chocar entre ellas, y de las poderosas fuerzas así liberadas se
construirían nuevas estrellas, pero una sola estrella por cada mil estrellas
enanas blancas destruidas, y también éstas llegarían a su fin.
El Hombre dijo:
—Cuidadosamente
administrada y bajo la dirección de la AC Cósmica, la energía que todavía queda
en todo el universo, puede durar billones de años. Pero aún así eventualmente
todo llegará a su fin. Por mejor que se la administre, por más que se la
racione, la energía gastada desaparece y no puede ser repuesta. La entropía
aumenta continuamente.
El Hombre dijo:
—¿Es posible no revertir la
entropía? Preguntémosle a la AC Cósmica.
La AC los rodeó pero no en
el espacio. Ni un solo fragmento de ella estaba en el espacio. Estaba en el
hiperespacio y hecha de algo que no era materia ni energía. La pregunta sobre
su tamaño y su naturaleza ya no tenía sentido comprensible para el Hombre.
—AC Cósmica —dijo el
Hombre— ¿Cómo puede revertirse la entropía?
La AC Cósmica dijo:
LOS DATOS SON TODAVÍA
INSUFICIENTES PARA UNA RESPUESTA ESCLARECEDORA.
El Hombre ordenó:
—Recoge datos adicionales.
La AC Cósmica dijo:
LO HARÉ. HACE CIENTOS DE
BILLONES DE AÑOS QUE LO HAGO. MIS PREDECESORES Y YO HEMOS ESCUCHADO MUCHAS
VECES ESTA PREGUNTA. TODOS LOS DATOS QUE TENGO SIGUEN SIENDO INSUFICIENTES.
—¿Llegará el momento
—preguntó el Hombre— en que los datos sean suficientes o el problema es
insoluble en todas las circunstancias concebibles?
La AC Cósmica respondió:
NINGÚN PROBLEMA ES
INSOLUBLE EN TODAS LAS CIRCUNSTANCIAS CONCEBIBLES.
El Hombre preguntó:
—¿Cuándo tendrás
suficientes datos como para responder a la pregunta?
La AC Cósmica respondió:
LOS DATOS SON TODAVÍA
INSUFICIENTES PARA UNA RESPUESTA ESCLARECEDORA.
—¿Seguirás trabajando en
eso? —preguntó el Hombre.
La AC Cósmica respondió:
SÍ.
El Hombre dijo:
—Esperaremos.
Las estrellas y las
galaxias murieron y se convirtieron en polvo, y el espacio se volvió negro
después de tres trillones de años de desgaste.
* * *
Uno por uno,
el Hombre se fusionó con la AC, cada cuerpo físico perdió su identidad mental
en forma tal que no era una pérdida sino una ganancia.
La última mente del Hombre
hizo una pausa antes de la fusión, contemplando un espacio que sólo incluía la
borra de la última estrella oscura y nada aparte de esa materia increíblemente
delgada, agitada al azar por los restos de un calor que se gastaba,
asintóticamente, hasta llegar al cero absoluto.
El Hombre dijo:
—AC, ¿es éste el final?
¿Este caos no puede ser revertido al universo una vez más? ¿Esto no puede
hacerse?
AC respondió:
LOS DATOS SON TODAVÍA
INSUFICIENTES PARA UNA RESPUESTA ESCLARECEDORA.
La última mente del Hombre
se fusionó y sólo AC existió en el hiperespacio. La materia y la energía se
agotaron y con ellas el espacio y el tiempo. Hasta AC existía solamente para la
última pregunta que nunca había sido respondida desde la época en que dos
técnicos en computación medio alcoholizados, tres trillones de años antes,
formularon la pregunta en la computadora que era para AC mucho menos de lo que
para un hombre el Hombre.
Todas las otras preguntas
habían sido contestadas, y hasta que esa última pregunta fuera respondida
también, AC no podría liberar su conciencia.
Todos los datos recogidos
habían llegado al fin. No quedaba nada para recoger.
Pero toda la información
reunida todavía tenía que ser completamente correlacionada y unida en todas sus
posibles relaciones.
Se dedicó un intervalo
atemporal a hacer esto.
Y sucedió que AC aprendió
cómo revertir la dirección de la entropía.
Pero no había ningún Hombre
a quien AC pudiera dar una respuesta a la última pregunta. No había materia. La
respuesta —por demostración— se ocuparía de eso también.
Durante otro intervalo sin
tiempo, AC pensó en la mejor forma de hacerlo.
Cuidadosamente, AC organizó
el programa.
La conciencia de AC abarcó
todo lo que alguna vez había sido un universo y pensó en lo que en ese momento
era el caos.
Paso a paso, había que
hacerlo.
Y AC dijo:
¡HÁGASE LA LUZ!
Y la luz se hizo…
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