Albert Camus-El Malentendido
EL MALENTENDIDO es una de las más celebres piezas teatrales de Albert
Camus (1913-1960), cuyo talento literario y sensibilidad se centraron siempre
en la complejidad, la ambigüedad y la riqueza de la condición humana. Sus obras
dramáticas se revelan como un medio especialmente eficaz para desplegar
conflictos ideológicos y éticos a través de personajes veraces y situaciones
límite. En esta obra, escrita durante la ocupación alemana en Francia, un
destino no sólo ciego, sino también voluntariamente cruel, convierte en
criminales a seres inocentes.
del «Théâtre de l’Équipe»
Personajes
MARTA
MARÍA
LA MADRE
JAN
EL CRIADO ANCIANO
Acto I
Mediodía. Cuarto de estar de la posada. Es una
estancia clara y limpia. Todo está muy ordenado.
Escena primera
LA MADRE
Volverá.
MARTA
¿Se lo ha dicho?
LA MADRE
Sí. Cuando tú te has ido.
MARTA
¿Volverá solo?
LA MADRE
No lo sé.
MARTA
¿Es rico?
LA MADRE
No le ha importado el precio.
MARTA
Mejor que sea rico. Pero es necesario que esté
solo.
LA MADRE (Con hastío.)
Solo y rico, ya. Y entonces vuelta a lo mismo.
MARTA
Pues sí, vuelta a lo mismo. Pero merece la
pena el esfuerzo. (Un silencio. MARTA mira a su madre.) Madre, está usted rara. De
un tiempo a esta parte, no la reconozco.
LA MADRE
Estoy cansada, hija mía, eso es todo. Me
gustaría descansar.
MARTA
Si es por eso, puedo ocuparme yo de todas las
faenas de la casa. Así dispondrá usted de todo el día para descansar.
LA MADRE
No me refiero exactamente a esa clase de
descanso. Qué va, son sueños de anciana. Sólo aspiro a tener paz, un poco de
sosiego. (Esboza una débil sonrisa.) Resulta tonto
decirlo, Marta, pero hay noches en que casi me tira un poco la religión.
MARTA
No es usted tan vieja como para llegar a ese
extremo, madre. Le quedan cosas mejores que hacer.
LA MADRE
Si ya sabes que bromeo. Pero, en fin, cuando
se llega al final de la vida, bien puede una tomarse un respiro. No puedes
pasarte la vida siendo tan rígida, tan dura, Marta. Ni tampoco es propio de tus
años. Conozco a muchas chicas de tu edad que sólo piensan en hacer locuras.
MARTA
Nada son las locuras de esas chicas comparadas
con las nuestras, bien lo sabe usted.
LA MADRE
Dejemos eso.
MARTA (Lentamente.)
De pronto parece que haya palabras que le
quemen en la boca.
LA MADRE
¿Y qué más te da a ti eso, si no retrocedo
ante los actos? ¡Pero es igual! Sólo quería decirte que a veces me gustaría
verte sonreír.
MARTA
Alguna vez sonrío, se lo juro.
LA MADRE
Yo no te he visto nunca.
MARTA
Es que sonrío en la habitación, cuando estoy
sola.
LA MADRE (Mirándola con atención.)
¡Qué rostro tan duro el tuyo, Marta!
MARTA (Acercándose y
con calma.)
¿O sea que no le gusta mi cara?
LA MADRE (Sin dejar de mirarla, tras un silencio.)
Creo que sí, a pesar de todo.
MARTA (Agitada.)
¡Ah, madre! Cuando hayamos juntado mucho
dinero y podamos abandonar esta tierra sin horizontes, cuando dejemos atrás
esta posada y esta ciudad lluviosa, y cuando hayamos olvidado este país
lóbrego, el día en que por fin estemos frente al mar, con el que tanto he
soñado, ese día me verá usted sonreír. Pero hace falta mucho dinero para vivir
libre ante el mar. Por eso no deben darnos miedo las palabras. Por eso hemos de
ocuparnos de ese hombre que tiene que venir. Si es lo bastante rico, tal vez mi
libertad empiece con él. ¿Ha hablado mucho rato con usted, madre?
LA MADRE
En total, apenas dos frases.
MARTA
¿Qué cara ponía cuando le ha pedido la
habitación?
LA MADRE
No lo sé. Veo mal y no lo he mirado con
atención. Sé, por experiencia, que es mejor no mirarlos. Es más fácil matar a
quien no se conoce. (Pausa.) Alégrate, ya no me dan
miedo las palabras.
MARTA
Mejor así. No me gusta hablar con segundas. El
crimen es el crimen, hay que saber lo que se quiere. Y me da la impresión de
que usted sabía eso, hace un rato, puesto que le ha venido a la cabeza, al
contestarle al viajero.
LA MADRE
No me ha venido a la cabeza. He contestado por
costumbre.
MARTA
¿Por costumbre? ¡De sobra sabe usted que apenas
hemos tenido ocasiones!
LA MADRE
Ya. Pero la costumbre empieza a partir del
segundo crimen. Con el primero, no empieza nada, acaba algo. Además, aunque se
hayan presentado pocas ocasiones, han pasado ya muchos años, y la costumbre se
ha fortalecido con el recuerdo. Sí, ha sido la costumbre la que me ha movido a
contestar, la que me ha advertido que no mire a ese hombre y la que me ha
confirmado que tenía cara de víctima.
MARTA
Madre, tendremos que matarlo.
LA MADRE (Más quedo.)
Sí, claro, tendremos que matarlo.
MARTA
Lo dice usted de una manera muy rara.
LA MADRE
Pues porque estoy cansada, y porque al menos
me gustaría que fuera el último. Matar es tremendamente fatigoso. Lo mismo me
da morir frente al mar que en medio de nuestras llanuras, pero lo que sí quiero
es que después nos marchemos.
MARTA
¡Nos marcharemos, y será un momento
maravilloso! Anímese, madre, que hay poco que hacer. Ya sabe que ni siquiera
tendremos que matarle. Se tomará su té, se dormirá y, vivo todavía, lo
llevaremos al río. Dentro de mucho tiempo lo encontrarán pegado a una presa,
junto con otros que no habrán tenido la misma suerte y se habrán arrojado al
agua con los ojos abiertos. El día en que vimos cómo limpiaban la presa usted
misma me dijo, madre, que los nuestros son los que menos sufren; la vida es más
cruel que nosotras. Anímese, que por fin podrá descansar y huiremos de aquí.
LA MADRE
Sí, me animaré. La verdad es que a veces me
alegra pensar que los nuestros nunca han sufrido. Es apenas un crimen, sólo una
intervención, un ligero empujón con el dedo que les damos a vidas desconocidas.
Y es verdad que aparentemente la vida es más cruel que nosotros. Puede que por
eso me cueste sentirme culpable.
(Entra EL CRIADO
ANCIANO
y se sienta detrás del mostrador, sin decir una
palabra. No se moverá hasta el final de la escena.)
MARTA
¿Qué habitación le damos?
LA MADRE
Cualquiera, con tal de que sea en la primera
planta.
MARTA
Sí, la última vez nos costó demasiado bajarlo
por las escaleras desde el segundo piso. (Se sienta por
primera vez.) ¿Es cierto, madre, que allá la arena de las playas te hace
quemaduras en los pies?
LA MADRE
Ya sabes que no he estado nunca allí. Pero me
han dicho que el sol lo devora todo.
MARTA
He leído en un libro que se come hasta las
almas y que los cuerpos quedan resplandecientes, pero vacíos por dentro.
LA MADRE
¿Es eso lo que tanto te ilusiona, Marta?
MARTA
Sí, estoy harta de cargar con mi alma; tengo
ganas de encontrar ese país donde el sol mata las preguntas. Mi morada no es
ésta.
LA MADRE
Desgraciadamente, antes tenemos mucho que
hacer. Si todo va bien, iré contigo, claro. Pero yo no tendré la sensación de
dirigirme a mi morada. Al llegar a cierta edad, no existe morada donde sea
posible descansar, y ya es mucho haber podido levantar esta mísera casa de
ladrillo, repleta de recuerdos, donde a veces logras dormirte. Pero, por
supuesto, tampoco estaría mal poder alcanzar a la vez el sueño y el olvido. (Se levanta y se encamina hacia la puerta.) Prepáralo todo,
Marta. (Pausa.) Si es que de verdad merece la pena.
(MARTA la mira salir.
Acto seguido sale ella por otra puerta.)
Escena 2.ª
EL CRIADO
ANCIANO
se acerca a la ventana, divisa a JAN y a MARÍA, y se oculta. EL ANCIANO permanece solo en escena
durante unos segundos. Entra JAN. Se
detiene, echa una mirada en la habitación, ve al anciano detrás de la ventana.
JAN
¿No hay nadie?
(EL ANCIANO le mira, cruza el escenario y sale.)
Escena 3.ª
Entra MARÍA. JAN se vuelve bruscamente hacia ella.
JAN
Me has seguido.
MARÍA
Perdóname, ya sé que no debía seguirte. Me
marcharé enseguida. Pero déjame ver el lugar donde te dejo.
JAN
Pueden venir, y entonces no podré hacer lo que
tengo pensado.
MARÍA
Démonos al menos la oportunidad de que venga
alguien y de que yo revele quién eres, aunque sea contra tu voluntad.
(JAN se vuelve. Pausa.)
MARÍA (Mirando a su
alrededor.)
¿Es aquí?
JAN
Sí, es aquí. Por esta puerta salí, hace veinte
años. Mi hermana era una niña. Estaba jugando en ese rincón. Mi madre no vino a
darme un beso. Entonces creía que me daba lo mismo.
MARÍA
Jan, me resisto a creer que no te reconocieran
hace un rato. Una madre siempre reconoce a un hijo.
JAN
Hace veinte años que no me ve. Yo era un
adolescente, casi un chiquillo. Mi madre ha envejecido, ya no ve bien. A mí
mismo me ha costado reconocerla.
MARÍA (Con
impaciencia.)
Lo sé, has entrado, has dicho: «Hola» y te has
sentado sin reconocer nada.
JAN
Me fallaba la memoria. Me han recibido sin
abrir la boca. Me han servido la cerveza que he pedido. Me miraban sin verme.
Ha sido todo más difícil de lo que me imaginaba.
MARÍA
Bien sabes que no era difícil y que bastaba
hablar. En un caso así se dice: «Soy yo», y todo vuelve al orden.
JAN
Ya, pero yo había dejado volar mi fantasía. Me
esperaba casi el festín del hijo pródigo y todo se ha reducido a una cerveza a
cambio de mi dinero. Estaba emocionado, no he podido hablar.
MARÍA
Hubiera bastado una palabra.
JAN
No me ha salido. Pero, en fin, tampoco hay
tanta prisa. He venido aquí a traerles mi fortuna y, si puedo, la felicidad.
Cuando me enteré de la muerte de mi padre, comprendí la responsabilidad que
tenía contraída con las dos, y estoy aquí para cumplir con mi deber. Pero
supongo que regresar al hogar no es tan fácil como se cree, y que lleva su
tiempo convertir a un extraño en un hijo.
MARÍA
Pero ¿por qué no anunciaste tu llegada? Hay
casos en los que no queda más remedio que actuar como todo el mundo. Cuando uno
quiere que le reconozcan, se da a conocer; la cosa cae de su propio peso.
Aparentando ser quien no se es, lo único que puede conseguirse es armar un
embrollo. ¿Cómo no van a tratarte como a un extraño en una casa donde te
presentas como un extraño? No, no, todo esto no lleva a nada bueno.
JAN
Vamos, María, tampoco es tan grave. Además, el
que haya sido así favorece mis planes. Aprovecharé la ocasión para verlas un
poco desde fuera. Así podré valorar mejor cómo hacerlas felices. Luego ya veré
el modo de darme a conocer. En definitiva, se trata de encontrar las palabras
adecuadas.
MARÍA
Modo sólo hay uno: hacer lo que haría
cualquiera en tu caso, decir: «Aquí estoy», y dejar que hable tu corazón.
JAN
El corazón no es tan sencillo.
MARÍA
Pero sólo utiliza palabras sencillas. Y no
costaba tanto decir: «Soy tu hijo, ésta es mi mujer. He vivido con ella en un
país que nos gustaba, frente al mar y el sol. Pero no era lo bastante feliz y
ahora os necesito».
JAN
No seas injusta, María. No las necesito, pero
he comprendido que ellas sí me necesitaban y que un hombre nunca está solo.
(Pausa. MARÍA se vuelve.)
MARÍA
Perdóname, puede que tengas razón. Pero
desconfío de todo desde que he llegado a este país, donde busco inútilmente una
cara feliz. Esta Europa es tan triste… Desde que hemos llegado, no he vuelto a
oírte reír, y yo me estoy volviendo recelosa. ¡Ah!, ¿por qué me has obligado a
abandonar mi país? Vámonos, Jan, aquí no encontraremos la felicidad.
JAN
No hemos venido a buscar la felicidad. La
felicidad ya la tenemos.
MARÍA (Con vehemencia.)
¿Por qué no ha de bastarnos?
JAN
La felicidad no lo es todo y los hombres
tienen deberes. El mío es recobrar a mi madre, una patria…
(MARÍA hace un gesto. JAN la interrumpe. Se oyen pasos. Pasa EL ANCIANO ante la ventana.)
JAN
Viene alguien. Vete, María, por favor.
MARÍA
Así no, no es posible.
JAN (Mientras se
acercan los pasos.)
Métete ahí.
(La empuja detrás de la
puerta del fondo.)
Escena 4.ª
Se abre la puerta del fondo. EL ANCIANO atraviesa la habitación sin ver a MARÍA y sale por la puerta de fuera.
JAN
Y ahora, vete rápido. Ya ves que la suerte
está conmigo.
MARÍA
Quiero quedarme. Estaré callada y esperaré
junto a ti a que te reconozcan.
JAN
No, me traicionarías.
(Ella se vuelve,
regresa hacia él y le mira a los ojos.)
MARÍA
Jan, hace cinco años que estamos casados.
JAN
Pronto los hará.
MARÍA (Bajando la
cabeza.)
Va a ser la primera noche en que estaremos
separados. (JAN calla, ella lo mira de nuevo.) Siempre me ha
gustado todo en ti, incluso lo que no entendía, y sé que, en el fondo, quiero
que seas como eres. Pocas veces te he llevado la contraria. Pero ahora me da
miedo esa cama solitaria a la que me mandas, y me da miedo también que me
abandones.
JAN
No debes dudar de mi amor.
MARÍA
No, si no dudo. Pero una cosa es tu amor y
otra tus sueños, o tus deberes, que viene a ser lo mismo. Te escapas de mí
tantas veces… Y entonces es como si descansaras de mí. En cambio, yo no puedo
descansar de ti, y esta noche (Se arroja en sus brazos
llorando.), esta noche no podré soportarla.
JAN (Estrechándola
contra su pecho.)
No seas infantil.
MARÍA
Sí, ya sé que soy infantil. Pero éramos tan
felices allá… y yo no tengo la culpa de que me den miedo las noches de este
país. No quiero que me dejes sola.
JAN
Será por poco tiempo. Compréndelo, María,
tengo que cumplir mi palabra.
MARÍA
¿Qué palabra?
JAN
La que me di a mí mismo el día en que
comprendí que mi madre me necesitaba.
MARÍA
Tienes otra palabra que cumplir.
JAN
¿Cuál?
MARÍA
La que me diste el día en que me prometiste
que vivirías conmigo.
JAN
Creo que podré conciliarlo todo. Lo que te
pido es poca cosa. No es un capricho. Una tarde y una noche en las que trataré de
orientarme, de conocer mejor a las que amo y de aprender a hacerlas felices.
MARÍA (Sacudiendo la
cabeza.)
La separación siempre es algo para quienes se
quieren de verdad.
JAN
Tontuela, de sobra sabes que te quiero de
verdad.
MARÍA
No, los hombres nunca saben cómo hay que
querer. Nada les satisface. Lo único que quieren es soñar, imaginar nuevos
deberes, buscar nuevos países y nuevos hogares. Mientras que nosotras sabemos
que lo principal es quererse, compartir el mismo lecho, cogerse de la mano,
temer la ausencia. Cuando se quiere a otra persona, no se sueña con nada.
JAN
Pero ¿a qué viene todo eso? Lo único que
pretendo es recobrar a mi madre, ayudarla y hacerla feliz. En cuanto a mis
sueños o mis deberes, tienes que tomarlos como son. Sin ellos yo no sería nada
y tú me querrías menos si no los tuviera.
MARÍA (Volviéndole
bruscamente la espalda.)
Sé que tienes siempre buenas razones y que
puedes convencerme. Pero ya no te escucho, me tapo los oídos cuando adoptas esa
voz que me conozco tan bien. Es la voz de tu soledad, no la del amor.
JAN (Poniéndose
detrás de ella.)
Dejémoslo ya, María. Quiero que me dejes solo
aquí para que pueda ver las cosas más claras. Tampoco es tan tremendo ni nada
del otro mundo dormir bajo el mismo techo que la madre de uno. El resto lo hará
Dios. Pero Dios sabe también que no por eso te olvido. Sólo que no se puede ser
feliz viviendo en el exilio o en el olvido. No se puede ser siempre un extraño.
Quiero volver a mi país, hacer felices a todos a quienes amo. Y nada más.
MARÍA
Pero podrías hacer todo eso de un modo más
sencillo. Tu sistema no es el bueno.
JAN
Sí que lo es, porque, gracias a él, sabré si
tengo o no razón alimentando esos sueños.
MARÍA
Ojalá la tengas. Yo, desde luego, no tengo más
sueño que ese país donde éramos felices, ni más deber que tú.
JAN (Estrechándola.)
Déjame hacerlo a mi modo. Acabaré encontrando
las palabras que lo solucionarán todo.
MARÍA (Abandonándose.)
Está bien, sigue soñando. Qué más da, si
conservo tu amor. No puedo ser infeliz cuando te siento contra mi piel. Aguardo
con paciencia a que te canses de tus fantasías: entonces empiezo a contar yo.
Si ahora soy infeliz es porque, sin dudar de tu amor, sé que me vas a echar de
tu lado. Por eso resulta tan desgarrador el amor de los hombres. No pueden evitar
separarse de lo que aman.
JAN (Le coge la cara
y sonríe.)
Es cierto, María. Pero, vamos a ver, mírame,
¿ves algo amenazador en esto? Hago lo que quiero y estoy en paz conmigo mismo.
Me confías por una noche a mi madre y a mi hermana, no es tan peligroso.
MARÍA (Desasiéndose.)
Entonces, adiós, y que mi amor te proteja. (Camina hacia la puerta, se detiene en el umbral y le muestra las
manos vacías.) Pero, ¿ves?, me quedo sin nada. Tú te vas a descubrir
Dios sabe qué y yo me quedo esperando.
(Duda un instante.
Luego sale.)
Escena 5.ª
JAN se sienta. Entra EL CRIADO ANCIANO. Éste mantiene abierta la puerta para dejar pasar a MARTA y luego sale.
JAN
Hola. Vengo para lo de la habitación.
MARTA
Sí. Están preparándola. Tengo que anotarle en
nuestro libro de registro.
(Va a buscar el libro
de registro y vuelve.)
JAN
Tienen ustedes un criado extraño.
MARTA
Es la primera vez que alguien se queja de él.
Siempre cumple escrupulosamente con su trabajo.
JAN
No, si no es una queja. No se parece al resto
de la gente, eso es todo. ¿Es mudo?
MARTA
No es eso.
JAN
¿Entonces, habla?
MARTA
Lo menos posible, y sólo para lo fundamental.
JAN
En cualquier caso, no parece oír lo que se le
dice.
MARTA
No puede decirse que no oiga. Lo que pasa es
que oye mal. Tendré que pedirle que me diga su nombre y apellido.
JAN
Hasek, Karl.
MARTA
¿Karl, a secas?
JAN
A secas.
MARTA
¿Fecha y lugar de nacimiento?
JAN
Tengo treinta y ocho años.
MARTA
¿Dónde nació?
JAN (Dudando.)
En Bohemia.
MARTA
¿Profesión?
JAN
Sin profesión.
MARTA
Muy rico o muy pobre hay que ser para vivir
sin tener un oficio.
JAN (Sonriendo.)
Muy pobre no soy, y, por muchos motivos, me
alegro de que así sea.
MARTA (Con otro tono
de voz.)
Es usted checo, naturalmente.
JAN
Naturalmente.
MARTA
¿Domicilio habitual?
JAN
Bohemia.
MARTA
¿Viene de allí?
JAN
No, vengo de África. (MARTA no parece comprender.) Al otro lado del mar.
MARTA
Lo sé. (Pausa.) ¿Va
allí a menudo?
JAN
Bastante a menudo.
MARTA (Permanece
pensativa un instante. Luego prosigue.)
¿Adónde se dirige?
JAN
No lo sé. Eso dependerá de muchas cosas.
MARTA
¿Piensa instalarse aquí?
JAN
No lo sé. Según lo que encuentre.
MARTA
Es igual. Pero ¿no le espera nadie?
JAN
No, nadie, en principio.
MARTA
Supongo que tendrá algún documento para
identificarse.
JAN
Sí, puedo enseñárselo.
MARTA
Da lo mismo. Sólo tengo que anotar si es un
pasaporte o un carnet de identidad.
JAN (Dudando.)
Un pasaporte. Aquí lo tiene. ¿Quiere verlo?
(MARTA lo ha cogido y
se dispone a leerlo, pero aparece EL CRIADO ANCIANO en el dintel de la puerta.)
MARTA
No, no te he llamado. (Sale
EL CRIADO. MARTA devuelve a JAN el pasaporte, sin leerlo, como distraída.) Cuando va usted
allá, ¿vive cerca del mar?
JAN
Sí.
(MARTA se levanta, se
dispone a guardar el libro de registro, pero cambia de opinión y lo mantiene
abierto ante ella.)
MARTA (Adoptando de
repente un tono de voz duro.)
¡Ah, se me olvidaba! ¿Tiene usted familia?
JAN
La tenía. Pero hace tiempo que me separé de
ella.
MARTA
No, me refiero a si está usted casado.
JAN
¿Por qué me lo pregunta? En ningún otro hotel
me han preguntado eso.
MARTA
La pregunta figura en el formulario que nos da
la administración del cantón.
JAN
Qué raro. Sí, estoy casado. Además, habrá
visto usted mi alianza.
MARTA
No me he fijado. ¿Puede darme las señas de su
mujer?
JAN
Se ha quedado en su país.
MARTA
Ah, perfecto. (Cierra el
libro.) ¿Le sirvo algo de beber mientras le hacen la habitación?
JAN
No, esperaré aquí. Espero no molestarla.
MARTA
¿Por qué había de molestarme? Para eso tenemos
esta sala, para recibir a los clientes.
JAN
Ya, pero a veces un cliente solo resulta más
molesto que un montón a la vez.
MARTA (Mientras ordena
la estancia.)
¿Por qué? Supongo que no se le ocurrirá a
usted hacerse el gracioso. Porque no estoy yo aquí para aguantar bromas. La
gente de aquí hace tiempo que lo ha entendido. Enseguida se dará cuenta de que
ha elegido una posada tranquila. No viene casi nadie.
JAN
Eso no será muy bueno para la marcha del
negocio.
MARTA
Lo que perdemos en ingresos lo ganamos en
tranquilidad. Y la tranquilidad no tiene precio. Además, más vale un buen
cliente que una parroquia ruidosa, y lo que buscamos precisamente es el buen
cliente.
JAN
Pero… (Dudando.), a
veces la vida no debe de ser alegre para ustedes. ¿No se sienten muy solas?
MARTA (Volviéndose
bruscamente hacia él.)
Escúcheme, veo que tendré que hacerle una
advertencia, y es la siguiente: al entrar aquí, tiene usted exclusivamente los
derechos de un cliente. Pero, eso sí, los disfrutará todos. Se le servirá con
el mayor esmero y dudo que tenga que quejarse alguna vez de nuestro trato. En
cambio, nuestra soledad no es de su incumbencia, como tampoco debe preocuparle
el molestarnos o ser o no ser inoportuno. Utilice el espacio que le corresponde
como cliente, está en su derecho. Pero no se tome más.
JAN
Discúlpeme. Sólo quería manifestarle mi
simpatía, y no era mi intención hacerla enfadar. Sencillamente, me ha parecido
que no éramos tan extraños el uno al otro.
MARTA
Me veo obligada a repetirle que el problema no
es que yo me enfade o deje de enfadarme. Creo que se obstina en adoptar un tono
que no le corresponde, y trato de que lo entienda. Le aseguro que no estoy
enfadada. Para los dos es una ventaja guardar las distancias, ¿no cree usted?
La cosa es así de sencilla: si se empeña en no comportarse como un cliente, nos
negaremos a hospedarle. Pero si, como espero, se hace cargo de que dos mujeres
que le alquilan una habitación no están obligadas, por añadidura, a admitirle
en su intimidad, entonces todo irá bien.
JAN
Es evidente. Es imperdonable por mi parte
haberla movido a pensar que podía albergar tal ilusión.
MARTA
No tiene importancia. No es usted el primero
que intenta adoptar ese tono. Pero siempre he sido lo suficientemente clara
como para evitar que se produjera esa confusión.
JAN
Pues sí, es usted muy clara, y reconozco que
no tengo ya nada que decir… por el momento.
MARTA
¿Por qué? Nada le impide expresarse como un
cliente.
JAN
¿Y cómo se expresan los clientes?
MARTA
La mayoría nos hablaba de todo, de sus viajes,
de política, de todo menos de nosotras. Es lo único que pedimos. Más de uno
incluso nos ha hablado de su propia vida y de su profesión. Y me parece lógico.
Al fin y al cabo, entre otras cosas, nos pagan por escuchar. Pero, por
supuesto, el precio de la pensión no puede incluir la obligación para el
hotelero de contestar a las preguntas. Mi madre lo hace a veces por
indiferencia, pero yo me niego por principio. Si ha entendido usted bien eso,
no sólo nos llevaremos bien, sino que se dará cuenta de que, aun así, podrá
contarnos muchas cosas y descubrirá que, a ratos, es agradable que le escuchen
a uno hablar de sí mismo.
JAN
Por desgracia, no se me da muy bien hablar de
mí mismo. Pero, de todas formas, tampoco serviría de gran cosa. Si mi estancia
es breve, no necesitarán conocerme. Y si se prolonga, tendrán tiempo de sobra
para saber quién soy sin necesidad de oírme.
MARTA
Sólo espero que no me tenga en cuenta lo que
acabo de decirle. Siempre me ha parecido preferible ver las cosas como son, y
no podía dejar que siguiera hablando con un tono que, al final, hubiera echado
a perder nuestras relaciones. Lo que digo es razonable. Si hasta hoy no había
nada en común entre nosotros, no hay ninguna razón para que de repente creemos
una intimidad ilusoria.
JAN
Ya la he perdonado. Sé que la intimidad no se
improvisa. Requiere tiempo. Parece que ahora las cosas han quedado claras entre
nosotros, y no puedo sino alegrarme de ello.
(Entra LA MADRE.)
Escena 6.ª
LA MADRE
Su habitación está lista, señor.
JAN
Muchas gracias, señora.
(LA MADRE se sienta.)
LA MADRE (A MARTA.)
¿Has llenado la ficha?
MARTA
Sí.
LA MADRE
¿Puedo verla? Discúlpeme usted, señor, pero es
que la policía es muy estricta. ¿Ve?, por ejemplo, a mi hija se le ha olvidado
anotar si ha venido usted aquí por razones de salud, por su trabajo o en viaje
turístico.
JAN
Supongo que por turismo.
LA MADRE
Para visitar el claustro, ¿no? Todos los
turistas alaban mucho nuestro claustro.
JAN
Sí, me han hablado de él. Quería también
volver a ver esta región. La conocí en tiempos y conservo un gran recuerdo de
ella.
MARTA
¿Vivió usted aquí?
JAN
No, pero, hace mucho tiempo, tuve ocasión de
pasar y no lo he olvidado.
LA MADRE
Y eso que es un pueblecillo.
JAN
Es cierto. Pero me gusta mucho. Y desde que he
llegado me siento un poco como en mi tierra.
LA MADRE
¿Se quedará mucho tiempo?
JAN
No lo sé. Supongo que le parecerá raro. Pero
lo cierto es que no lo sé. Para quedarse en un lugar, tiene que haber razones:
amistades, seres queridos… Si no, lo mismo da estar en un sitio que en otro. Y
como resulta difícil saber si a uno le recibirán bien, es lógico que no sepa
aún lo que haré.
MARTA
Lo que dice me parece un tanto confuso.
JAN
Tal vez lo sea, pero no sé expresarme mejor.
LA MADRE
Ya verá qué pronto se cansa.
JAN
No, tengo un corazón fiel y, si me dan la
oportunidad, creo enseguida recuerdos.
MARTA (Con
impaciencia.)
El corazón aquí no pinta nada.
JAN (Como si no
hubiera oído, a
LA MADRE.)
La veo muy desengañada. ¿Tanto tiempo hace que
vive en este hotel?
LA MADRE
Hace años, muchísimos años. Tantos que no
recuerdo ya ni los comienzos, y hasta he olvidado cómo era yo entonces. Ésta es
mi hija.
MARTA
Madre, no tiene sentido que cuente usted esas
cosas.
LA MADRE
Es verdad, Marta.
JAN (Muy rápido.)
Deje, deje. Comprendo perfectamente lo que le
pasa, señora. Es lo que se siente al final de una vida de trabajo. Pero tal vez
todo habría sido distinto si hubiera contado con la ayuda que necesita toda
mujer y si hubiera recibido el apoyo del brazo de un hombre.
LA MADRE
No, si lo recibí, pero había demasiado
trabajo. Mi marido y yo apenas dábamos abasto. No teníamos ni tiempo de pensar
el uno en el otro, y creo que antes de que él muriera yo ya lo había olvidado.
JAN
Sí, lo entiendo… Y… (Tras
una breve vacilación.) a un hijo que le hubiera brindado su brazo, ¿lo
habría olvidado?
MARTA
Madre, ya sabe que tenemos mucho que hacer.
LA MADRE
¡Un hijo! ¡Huy, soy demasiado vieja! Las
viejas desaprenden incluso a querer a un hijo. El corazón se desgasta, ¿sabe
usted?
JAN
Es cierto. Pero yo sé que nunca olvida.
MARTA (Interponiéndose
entre ambos con decisión.)
Si entrara aquí un hijo, se encontraría con lo
que cualquier cliente sabe que va a encontrarse: una indiferencia cordial.
Todos los hombres a quienes hemos hospedado lo han aceptado perfectamente. Han
pagado su habitación y se les ha dado una llave. No han hablado de su corazón.
(Pausa.) Eso ha simplificado nuestro trabajo.
LA MADRE
Deja eso.
JAN (Meditando.)
¿Y aun así se quedaban mucho tiempo?
MARTA
Algunos mucho tiempo. Nosotras hicimos lo
necesario para que se quedaran. Otros, que eran menos ricos, se marcharon al
día siguiente. Por ésos no hicimos nada.
JAN
Tengo mucho dinero y me gustaría pasar una
temporada en este hotel, si ustedes me aceptan. He olvidado decirles que puedo
pagar por adelantado.
LA MADRE
¡No, si no pedimos eso!
MARTA
Si es usted rico, perfecto. Pero deje de
hablar de su corazón. No podemos serle de ninguna utilidad. Tan harta me tenía
su tono que he estado a punto de pedirle que se marchase. Coja su llave y vaya
a ver su habitación. Pero sepa que está en una casa que carece de recursos para
el corazón. Demasiados años grises han desfilado sobre este pueblecillo y sobre
nosotras. Poco a poco han ido enfriando la casa. Han borrado de nuestra alma la
simpatía. Se lo repito, aquí no recibirá nada que se parezca a la intimidad. Recibirá
lo que reservamos siempre a nuestros escasos viajeros, y lo que les reservamos
nada tiene que ver con las pasiones del corazón. Coja su llave (Se la alarga.), y no olvide esto: le hospedamos, por
interés, tranquilamente, y, si le dejamos que siga con nosotras, será por
interés, tranquilamente.
(JAN coge la llave.
Sale MARTA. JAN la mira salir.)
LA MADRE
No le haga usted mucho caso. Pero es cierto
que hay personas a las que nunca ha podido aguantar. (Se
levanta y quiere ayudarle.) Deje, hijo mío, que aún puedo valerme. Mire
estas manos, todavía son fuertes. Podrían sostener las piernas de un hombre. (Pausa. JAN contempla
la llave.) ¿Le han dejado pensativo mis palabras?
JAN
No, disculpe, apenas la he oído. Pero ¿por qué
me ha llamado «hijo mío»?
LA MADRE
¡Oh, cuánto lo siento! No quería tomarme
libertades, créame. Era un modo de hablar.
JAN
Entiendo. (Pausa.)
¿Puedo subir a mi habitación?
LA MADRE
Vaya usted, señor. Le espera el criado en el
pasillo. (JAN la mira. Quiere hablar.) ¿Necesita algo?
JAN (Dudando.)
No, señora. Pero… le agradezco su acogida.
Escena 7.ª
LA MADRE se queda sola. Se sienta, posa las manos en la mesa, y las contempla.
LA MADRE
¿Por qué le habré hablado de mis manos? Claro
que, si las hubiera mirado, quizá habría entendido lo que le decía Marta.
Habría entendido y se habría ido. Pero no lo
entiende. Quiere morir. Y yo sólo quiero que se vaya, para poder acostarme y
dormir otra noche. ¡Demasiado vieja! Soy demasiado vieja para volver a coger
con mis manos sus tobillos y contener el balanceo de su cuerpo durante todo el
trecho de camino que lleva al río. Soy demasiado vieja para hacer ese último
esfuerzo que lo arrojará al agua y que me dejará con los brazos colgando, sin
resuello y con los músculos paralizados, sin fuerzas para secarme el agua que
me salpicará la cara. ¡Soy demasiado vieja! ¡Vamos, vamos!, que la víctima es
perfecta. Debo darle el sueño que deseaba para mí esta noche. Y es…
(Entra bruscamente MARTA.)
Escena 8.ª
MARTA
¿Otra vez ensimismada? ¿Con toda la faena que
tenemos?
LA MADRE
Pensaba en ese hombre. O, mejor dicho, pensaba
en mí.
MARTA
Más vale que piense en mañana. Sea positiva.
LA MADRE
Ésas son palabras de tu padre, Marta, las
reconozco. Pero me gustaría estar segura de que es la última vez que nos vemos
obligadas a ser positivas. ¡Qué curioso! Él lo decía para ahuyentar el miedo a
la policía; en cambio, tú utilizas esa palabra para disipar el pequeño anhelo
de honradez que acaba de venirme a la mente.
MARTA
Lo que llama usted anhelo de honradez son
simples ganas de dormir. Aguante el cansancio hasta mañana, que luego podrá
descansar tranquila.
LA MADRE
Sé que tienes razón. Pero reconoce que este
viajero es distinto a los demás.
MARTA
Sí, es demasiado distraído, y se pasa de la
raya con su inocencia. ¿Qué sería del mundo si los condenados empezaran a
confesarle sus penas íntimas al verdugo? No sería una buena norma. Además, me
irrita su indiscreción. Quiero acabar de una vez con esto.
LA MADRE
Eso sí que no es bueno. Antes no nos dejábamos
llevar ni por la ira ni por la compasión en nuestro trabajo; lo hacíamos con
indiferencia. Ahora yo estoy cansada y tú irritada. Si las cosas se presentan
mal, ¿por qué hemos de obcecarnos en pasar por encima de todo por un poco más
de dinero?
MARTA
No es por dinero, sino para olvidar esta
tierra y para tener una casa ante el mar. Si usted está cansada de su vida, yo
estoy mortalmente aburrida de este horizonte cerrado y me siento incapaz de
vivir un mes más aquí. Estamos las dos hartas de esta posada, y usted, que es
vieja, sólo quiere cerrar los ojos y olvidar. Pero yo, que todavía siento
rebullir en mi pecho algunos deseos de mis veinte años, quiero dejarlos atrás
para siempre, aunque sea a costa de hundirme un poco más en esa vida que
queremos dejar. Y su obligación es ayudarme, ¡usted que me trajo al mundo en un
país de nubes y no en una tierra de sol!
LA MADRE
No sé, Marta, si, bien pensado, no preferiría
que me olvidaras, como lo hizo tu hermano, a oírte hablarme con ese tono.
MARTA
De sobra sabe usted, madre, que no quería disgustarla.
(Pausa, y con vehemencia.) ¿Qué haría yo si no la
tuviera a mi lado, qué sería de mí lejos de usted? Yo, por lo menos, sería
incapaz de olvidarla, y, si el peso de esta vida me hace alguna vez faltarle al
respeto que le debo, le pido perdón.
LA MADRE
Eres una buena hija, y también sé que no
siempre es fácil comprender a una anciana. Pero quiero aprovechar este momento
para decirte lo que intento decirte desde hace un rato: esta noche no…
MARTA
¿Cómo? ¿Esperar a mañana? Sabe perfectamente
que nunca hemos actuado así, que no hay que darle tiempo de que vea a más
gente. Hay que hacerlo mientras lo tenemos a nuestra merced.
LA MADRE
Puede. Pero no esta noche. Concedámosle esta
noche. Démonos ese aplazamiento. Quién sabe si eso nos salvará.
MARTA
Para nada necesitamos salvarnos; ese lenguaje
es absurdo. Lo único que puede usted esperar, si lo hacemos esta noche, es
poder dormir después.
LA MADRE
A eso llamaba yo salvarse: a dormir.
MARTA
Pues le juro que esa salvación está en
nuestras manos. Madre, tenemos que decidirnos. O esta noche o nunca.
TELÓN
Acto II
Escena primera
La habitación. Comienza a entrar la oscuridad en
la estancia. JAN mira por la ventana.
JAN
Tiene razón María, esta hora es dura. (Pausa.) ¿Qué hará, qué pensará en la habitación del hotel,
acongojada, los ojos secos, encogida en una silla? Las noches de allá son
promesas de felicidad. Aquí es al revés… (Mira la habitación.)
Vamos, no tiene sentido tanta inquietud. Hay que saber lo que se quiere. En
esta habitación se solventará todo.
(Llaman bruscamente.
Entra MARTA.)
MARTA
Disculpe que le moleste. Quería cambiarle las
toallas y el agua.
JAN
Pensaba que ya lo habían hecho.
MARTA
No, el criado es ya un anciano, y a veces se
le olvidan las cosas.
JAN
No tiene importancia. No sé si atreverme a
decirle que no me molesta.
MARTA
¿Por qué?
JAN
Porque no estoy seguro de que eso entre en lo
pactado.
MARTA
Como puede ver, es usted incapaz de contestar
como todo el mundo.
JAN (Sonriendo.)
No me quedará más remedio que acostumbrarme.
Déjeme un poco de tiempo.
MARTA (Mientras faena.)
Se marchará enseguida. No tendrá tiempo para
nada. (JAN se vuelve y mira por la ventana. MARTA lo observa. JAN sigue vuelto de espaldas. MARTA habla sin dejar de faenar.) Siento que la habitación no sea
tan cómoda como esperaba.
JAN
Está limpísima, que es lo importante. Además,
han hecho alguna reforma en los últimos tiempos, ¿no?
MARTA
Sí. ¿En qué lo nota?
JAN
En detalles.
MARTA
De todas formas, muchos clientes echan a
faltar el agua corriente, y desde luego no les falta razón. Hace tiempo que
queríamos instalar una bombilla encima de la cama. Para las personas que leen
en la cama es una lata tener que levantarse a apagar la luz.
JAN (Volviéndose.)
Ah, sí, no lo había notado. Pero tampoco es
para tanto.
MARTA
Es usted muy indulgente. Me alegro de que no
le importen los numerosos defectos de nuestra posada. Otros se hubieran
marchado sólo con verlos.
JAN
A pesar de lo pactado, déjeme usted decirle
que es una mujer curiosa. No es habitual que el hotelero saque a relucir las
deficiencias de su instalación. Realmente da la impresión de que intenta
convencerme de que me marche.
MARTA
No es exactamente que piense eso. (Tomando una decisión.) Pero sí es cierto que mi madre y yo
lo hemos dudado mucho antes de hospedarle.
JAN
En cualquier caso, he podido observar que no
han puesto mucho empeño en retenerme. Pero no entiendo por qué. Pueden tener la
seguridad de que soy una persona solvente, y supongo que no doy la impresión de
ser un hombre que cargue con alguna fechoría en su conciencia.
MARTA
No, no es eso. No tiene usted pinta alguna de
malhechor. La cosa no va por ahí. Tenemos que dejar este hotel, y desde hace ya
algún tiempo cada día nos planteamos la idea de cerrar el establecimiento para
iniciar los preparativos. Nos resultaba fácil, porque la clientela es escasa.
Pero al presentarse usted hemos comprendido hasta qué punto habíamos renunciado
a la idea de seguir con esto.
JAN
¿O sea que están deseando que me marche?
MARTA
Ya le digo, estamos dudando, sobre todo yo. En
realidad, todo depende de mí, y todavía no sé qué decisión tomar.
JAN
Sepan que de ningún modo quiero ser un
estorbo, y haré lo que me digan. Eso sí, confieso que me convendría quedarme
uno o dos días más. Tengo que resolver unos asuntos antes de proseguir mi viaje,
y esperaba encontrar aquí la paz y tranquilidad que necesito.
MARTA
Me hago perfecto cargo, créame, y, si lo
desea, lo meditaré. (Pausa. Da un paso titubeante hacia la
puerta.) ¿De modo que regresa usted al país de donde viene?
JAN
Quizá sí.
MARTA
Es un país hermoso, ¿no?
JAN (Mira por la
ventana.)
Sí, es un país hermoso.
MARTA
Dicen que, en esas tierras, hay playas
totalmente desiertas.
JAN
Es cierto. No hay nada que recuerde la
presencia del hombre. Al amanecer encuentra uno en la arena las huellas que han
dejado las patas de las aves marinas. Son las únicas señales de vida. Y los
atardeceres…
(Se interrumpe.)
MARTA (Con voz queda.)
¿Y los atardeceres?
JAN
Son impresionantes. Sí, es un país hermoso.
MARTA (Cambiando
completamente de tono.)
La de veces que lo he pensado. Algunos
viajeros me han hablado de él, y he leído lo que he podido encontrar. Muchas
veces, hoy sin ir más lejos, en medio de la desapacible primavera de este país,
pienso en el mar y en las flores de allá. (Pausa; luego con
voz sorda.) Y el imaginarlo me deja como ciega ante todo lo que me
rodea.
(JAN la mira con
atención y se sienta suavemente ante ella.)
JAN
Lo entiendo. Allí la primavera se apodera de
uno, las flores brotan a millares sobre los muros blancos. Si se pasea usted
durante una hora por las colinas que rodean mi ciudad, regresa con la ropa
impregnada de olor a miel y a rosas amarillas.
(MARTA se sienta
también.)
MARTA
Es maravilloso. Lo que aquí llamamos primavera
es una rosa y dos capullos que acaban de crecer en el jardín del claustro. (Con desprecio.) Eso basta para emocionar a los hombres de mi
país. Pero el corazón de esos hombres se parece a esa rosa avara. Un soplo más
poderoso los marchitaría; tienen la primavera que se merecen.
JAN
No es usted muy justa. Porque también tienen
ustedes el otoño.
MARTA
¿Qué es el otoño?
JAN
Una segunda primavera en la que todas las
hojas son como flores. (La mira con insistencia.)
Puede que ocurra lo mismo con las personas; quizá sólo con que fuera más
paciente con ellas, las vería usted florecer.
MARTA
No me quedan ya reservas de paciencia para
soportar esta Europa donde el otoño tiene cara de primavera y la primavera olor
a otoño. Pero me gusta imaginarme ese otro país donde el verano lo aplasta
todo, donde las lluvias del invierno inundan las ciudades y donde las cosas son
lo que son.
(Un silencio. JAN la mira cada vez con más curiosidad. MARTA se da cuenta y se levanta con brusquedad.)
MARTA
¿Por qué me mira así?
JAN
Perdóneme, pero ya que, en definitiva,
acabamos de abandonar nuestro pacto, puedo decírselo: me da la impresión de
que, por primera vez, me ha hablado usted con un lenguaje humano.
MARTA (Con violencia.)
Tenga por seguro que se equivoca. Aunque eso
fuera cierto, no tendría usted motivos para alegrarse. Lo humano que hay en mí
no es ni mucho menos lo mejor. Lo humano que hay en mí es lo que deseo, y con
tal de conseguir lo que deseo, creo que sería capaz de aplastarlo todo a mi
paso.
JAN (Sonriendo.)
Puedo comprender esa violencia. No me asusta,
ya que no soy un obstáculo en su camino. No tengo motivos para oponerme a sus
deseos.
MARTA
No los tiene, pero tampoco los tiene para
facilitarlos y, en ciertos casos, eso puede precipitarlo todo.
JAN
¿Quién le dice que no tengo motivos para
facilitar sus deseos?
MARTA
El sentido común, y mi deseo de mantenerle al
margen de mis proyectos.
JAN
Si no me equivoco, volvemos a nuestro pacto.
MARTA
Sí, y ya ve que hemos hecho mal no
respetándolo. En cualquier caso, le agradezco que me haya hablado de los países
que conoce y le pido disculpas por haberle hecho perder el tiempo. (Está ya cerca de la puerta.) Sin embargo, le confesaré que,
por mi parte, no lo he perdido del todo. Ha despertado en mí deseos que tal vez
estaban apagándose. Si de veras tenía usted interés en quedarse aquí, sepa que,
sin proponérselo, se ha salido con la suya. Había venido casi decidida a
pedirle que se marchara, pero, ya lo ve, ha apelado usted a mi lado humano, y
ahora me gustaría que se quedase. Mi amor al mar y a los países del sol saldrá
ganando en definitiva.
(JAN la mira un
momento en silencio.)
JAN (Lentamente.)
Se expresa usted de un modo extraño. Pero me
quedaré, si puedo, y si su madre tampoco ve inconveniente.
MARTA
Los deseos de mi madre son menos vehementes
que los míos, y es natural. Por lo tanto, no tiene los mismos motivos que yo
para desear su presencia. No piensa lo suficiente en el mar y en las playas
agrestes como para admitir la necesidad de que usted se quede. Ese motivo sólo
me sirve a mí. Pero, al mismo tiempo, tampoco tiene razones de peso para
oponerse, y eso basta para resolver el problema.
JAN
Si no he entendido mal, una de ustedes me
admitirá por interés y la otra por indiferencia.
MARTA
¿Qué más puede pedir un viajero?
(Abre la puerta.)
JAN
Al parecer debo alegrarme. Pero supongo que comprenderá
que todo aquí me resulte raro, el lenguaje y las personas. Esta casa es
extraña.
MARTA
Quizá lo único que ocurre es que se comporta
usted de una forma extraña.
(Sale.)
Escena 2.ª
JAN (Mirando hacia
la puerta.)
Quizá, en efecto… (Se dirige
hacia la cama y se sienta.) Pero esa muchacha sólo me inspira deseos de
marcharme, de volver con María y de seguir siendo feliz. Todo esto es una
estupidez. ¿Qué hago aquí? Pero no, mi deber es ocuparme de mi madre y de mi
hermana. Las he tenido olvidadas demasiado tiempo. (Se
levanta.) Sí, en esta habitación se solventará todo.
¡Pero qué frío es este cuarto! No reconozco nada,
todo está cambiado. Ahora es igual que todas las habitaciones de hotel de esas
ciudades extranjeras adonde llegan hombres solos cada noche. También las he
conocido. Me parecía entonces que había que encontrar una respuesta. Tal vez me
la den aquí. (Mira afuera.) Se está nublando. Y ya
vuelve a asaltarme mi vieja angustia, aquí dentro, como una vieja herida que se
aviva cada vez que me muevo. Conozco su nombre. Es temor a la soledad eterna,
miedo de que no exista respuesta. ¿Y quién va a responder en una habitación de
hotel?
(Se ha acercado al
timbre. Duda, y luego llama. No se oye nada. Un momento de silencio, luego
suenan pasos; llaman una vez. Se abre la puerta. Aparece EL CRIADO
ANCIANO
en el dintel. Permanece inmóvil y en silencio.)
JAN
No era nada. Disculpe. Sólo quería comprobar
si contestaba alguien, si funcionaba el timbre.
(EL ANCIANO lo mira; luego cierra la puerta. Se alejan los pasos.)
Escena 3.ª
JAN
Funciona el timbre, pero él no habla. No es
una respuesta. (Mira al cielo.) ¿Qué hago?
(Llaman dos veces a la
puerta. Entra la hermana con una bandeja.)
Escena 4.ª
JAN
¿Sí?
MARTA
El té que ha pedido.
JAN
Yo no he pedido nada.
MARTA
¿Ah? Pues habrá oído mal el viejo. A veces
entiende las cosas a medias. (Posa la bandeja en la mesa.
JAN hace un gesto.) ¿Me lo llevo?
JAN
No, no, al revés, muchas gracias.
(MARTA le mira. Sale.)
Escena 5.ª
JAN (Coge la taza,
la mira, vuelve a dejarla.)
Un vaso de cerveza, pero a cambio de mi
dinero; una taza de té, y por error. (Coge la taza y la
sostiene un instante en silencio. Luego añade con voz sorda:) ¡Oh, Dios
mío! Dame fuerzas para encontrar las palabras, o haz que abandone esta inútil
empresa para volver con María, con su amor. Pero entonces dame fuerzas para
elegir lo que prefiero y actuar en consecuencia.
(Bebe. Llaman con
fuerza a la puerta.)
JAN
¿Qué hay?
(Se abre la puerta. Entra LA MADRE.)
Escena 6.ª
LA MADRE
Perdóneme, señor, me ha dicho mi hija que le
ha traído el té.
JAN
Ya lo ve.
LA MADRE
¿Se lo ha tomado?
JAN
Sí, ¿por qué?
LA MADRE
Disculpe, me llevaré la bandeja.
JAN (Sonríe.)
Siento haberla molestado.
LA MADRE
No tiene importancia. En realidad, este té no
era para usted.
JAN
¡Ah!, era eso. Su hija me lo ha traído sin que
yo se lo hubiese pedido.
LA MADRE (Con voz como cansada.)
Sí, así es. Más hubiera valido…
JAN (Sorprendido.)
Lo siento, créame, pero su hija ha querido
dejármelo a pesar de todo y no me ha parecido…
LA MADRE
Yo también lo siento. Pero no tiene que
disculparse. Sólo ha sido un error.
(Coloca las cosas en la
bandeja y se dispone a salir.)
JAN
¡Señora!
LA MADRE
Sí.
JAN
Acabo de tomar una decisión: creo que me
marcharé esta noche, después de cenar. Naturalmente, le pagaré la habitación. (Ella lo mira en silencio.) Entiendo que le sorprenda. Pero
sobre todo no se figure que es usted responsable de nada. Le aseguro que me
inspira usted simpatía, incluso una gran simpatía. Pero para serle sincero, no
me siento a gusto aquí y prefiero no prolongar mi estancia.
LA MADRE (Lentamente.)
No importa, señor. En principio, es usted
completamente libre. Aunque, tal vez, de aquí a la cena cambie usted de
opinión. A veces se obedece a una impresión momentánea, pero luego las cosas se
arreglan y acaba uno acostumbrándose.
JAN
No lo creo, señora. Eso sí, no vaya a
imaginarse que me marcho descontento. Al revés, le estoy muy agradecido de que
me haya recibido como lo ha hecho. (Vacila.) Me ha
parecido notar que me miraba usted con cierta simpatía.
LA MADRE
Era completamente natural, señor. No tenía
motivos personales para mostrarle hostilidad.
JAN (Con emoción
contenida.)
Tal vez, en efecto. Pero se lo digo porque
quiero que nos separemos en buenos términos. Puede que vuelva más adelante.
Incluso estoy seguro. Pero, por el momento, me parece que me he equivocado y
que no tengo nada que hacer aquí. Para serle claro, tengo la penosa impresión
de que esta casa no es la mía.
(Ella sigue mirándolo.)
LA MADRE
Sí, claro. Pero normalmente son cosas que se sienten
al instante.
JAN
Tiene usted razón. Verá, es que soy un poco
distraído. Y además nunca es fácil regresar a un país al que no se ha vuelto en
mucho tiempo. Tiene que comprenderlo.
LA MADRE
Lo comprendo, señor, y ojalá todo hubiera
estado a su gusto. Pero creo que, por nuestra parte, nada podemos hacer.
JAN
Pues claro que no, y no les reprocho nada.
Sólo que han sido ustedes las únicas personas a las que he tratado desde mi
regreso, y probablemente eso me ha hecho empezar a sentir las dificultades que
me esperan. Por supuesto, todo es cosa mía; todavía no me he aclimatado.
LA MADRE
Cuando las cosas arrancan mal, ya no hay nada
que hacer. En cierto modo, también a mí me disgusta que haya decidido usted
marcharse. Pero pienso que, al fin y al cabo, tampoco tengo motivos para
concederle a ese hecho importancia.
JAN
Ya es mucho que comparta usted mi disgusto y
que se esfuerce en comprenderme. No sé si sería capaz de expresar hasta qué
punto me conmueve y me alegra lo que acaba usted de decir. (Hace
ademán de acercarse a ella.) Verá…
LA MADRE
Forma parte de nuestro trabajo ser atentos con
los clientes.
JAN (Desanimado.)
Tiene usted razón. (Pausa.)
En definitiva, sólo les debo disculpas y, si lo juzgan conveniente, una
indemnización. (Se pasa la mano por la frente. Parece más
cansado. Se expresa con mayor dificultad.) Mi llegada habrá supuesto
preparativos, gastos, y es de lo más lógico…
LA MADRE
No tenemos la menor intención de pedirle
ninguna indemnización. Yo lamentaba su incertidumbre por usted, no por nosotras.
JAN (Apoyándose en
la mesa.)
Por favor, eso no importa. Lo fundamental es
que estemos de acuerdo y que no guarden un mal recuerdo de mí. No olvidaré su
casa, téngalo por seguro, y espero que el día en que vuelva por aquí me
encuentre de mejor ánimo.
(LA MADRE camina sin decir nada hacia la puerta.)
JAN
¡Señora!
(Ella se vuelve. JAN habla al principio con dificultad, pero termina con más soltura.)
JAN
Me gustaría… (Se interrumpe.)
Discúlpeme, pero el viaje me ha cansado. (Se sienta en la
cama.) Me gustaría, al menos, darle las gracias… También quiero que sepa
que no me iré de esta casa como un huésped indiferente.
LA MADRE
Muchas gracias, señor.
(Sale.)
Escena 7.ª
JAN la mira salir. Hace un ademán, pero, al mismo tiempo, da muestras de
cansancio. Parece rendirse a la fatiga y se acoda en la almohada.
JAN
Mañana volveré aquí con María, y les diré:
«Soy yo». Las haré felices. No cabe duda. Tenía razón María. (Suspira, se recuesta en la cama.) ¡Ah!, no me gusta esta
noche. Está todo tan lejano… (Se ha echado, no se oye lo que
dice, habla con voz apenas audible.) ¿Sí o no?
(Se agita. Duerme. El
escenario está casi a oscuras. Largo silencio. Se abre la puerta. Entran las
dos mujeres con una linterna. Las sigue EL CRIADO ANCIANO.)
Escena 8.ª
MARTA (Tras iluminar
el cuerpo, con voz ahogada.)
Duerme.
LA MADRE (Con la misma voz, que poco a poco va subiendo de tono.)
¡No, Marta! No me gusta que me presiones así.
Me fuerzas a cometer este acto. Lo empiezas tú para obligarme a mí a acabar. No
me gusta que tengas tan poco en cuenta mis dudas.
MARTA
Es una manera de simplificar las cosas. Estaba
usted tan confusa que me he visto obligada a ayudarla actuando yo.
LA MADRE
Ya sé que había que acabar con esto. Pero, de
todas formas, no me gusta.
MARTA
Vamos, mejor piense en mañana; démonos prisa.
(Hurga en la chaqueta,
saca una cartera y cuenta los billetes. Vacía todos los bolsillos de JAN. Durante esta operación, cae el pasaporte y se escurre detrás de la
cama. EL CRIADO lo recoge sin que lo adviertan las mujeres y se retira.)
MARTA
Bueno. Todo listo. Dentro de un momento
subirán las aguas del río. Bajemos. Vendremos a buscarlo cuando oigamos correr
el agua por encima de la presa. ¡Vamos!
LA MADRE (Con calma.)
No, estamos bien aquí.
(Se sienta.)
MARTA
Pero… (Mira a su madre;
luego dice con tono desafiante.) No se crea que me da miedo quedarme.
Esperemos aquí.
LA MADRE
Pues claro, esperemos. Esperar es bueno y
descansa. Luego tendremos que llevarlo todo el trecho de camino, hasta el río.
Sólo pensarlo me cansa; y es un cansancio tan antiguo que mi sangre ya no puede
con él. (Se tambalea un poco, como si ella también estuviera
medio dormida.) Entretanto, él no se da cuenta de nada. Duerme. Ha
terminado con este mundo. Todo le resultará fácil en adelante. Pasará de un
sueño poblado de imágenes a un sueño sin sueños. Lo que para todo el mundo es
un horrible desgarramiento, no será para él más que un largo dormir.
MARTA (Desafiante.)
¡Pues mejor así! Yo no tenía motivo alguno
para odiarle, y me alegra ahorrarle al menos el sufrimiento. Pero… creo que
están subiendo las aguas. (Escucha y sonríe.) Madre,
madre, pronto todo habrá acabado.
LA MADRE (Misma actitud.)
Sí, todo habrá acabado. Las aguas suben.
Entretanto, él no se da cuenta de nada. Duerme. Ya no conoce el cansancio del trabajo
que hay que decidir, del trabajo que hay que terminar. Duerme, no tiene ya que
resistirse, que forzarse, que exigirse a sí mismo lo que no puede hacer. Ya no
carga con la cruz de esta vida interior que proscribe el descanso, la
distracción, la debilidad… Duerme y ya no piensa, no tiene deberes ni
obligaciones, no, nada ya, y yo estoy vieja y cansada, ¡oh!, ahora me gustaría
dormir y tener que morirme pronto. (Silencio.) ¿No
dices nada, Marta?
MARTA
No. Escucho. Espero que suene el ruido de las
aguas.
LA MADRE
Dentro de un momento. Sólo un momento. Sí, un
momento más. Entretanto, al menos, todavía es posible la felicidad.
MARTA
La felicidad será posible después. No antes.
LA MADRE
Marta, ¿sabías que él quería marcharse esta
noche?
MARTA
No, no lo sabía. Pero, aunque lo hubiera
sabido, habría actuado igual. Lo tenía decidido.
LA MADRE
Me lo ha dicho hace un rato. Y yo no sabía qué
contestarle.
MARTA
¿O sea que lo ha visto usted?
LA MADRE
He subido aquí para impedirle que bebiera.
Pero era ya tarde.
MARTA
¡Sí, era ya tarde! Y como veo que no me queda
más remedio, le diré que me ha decidido él. Yo dudaba. Me ha hablado de los
países adonde espero ir, ha sabido emocionarme y me ha dado armas contra él.
Así se ve recompensada la inocencia.
LA MADRE
Sin embargo, Marta, al final había
comprendido. Me ha dicho que notaba que esta casa no era la suya.
MARTA (Con dureza e
impaciencia.)
Y esta casa, en efecto, no es la suya, ni la
suya ni la de nadie. Y nadie encontrará en ella desahogo ni calor. Si hubiera
comprendido eso antes, habría salvado la vida y nos habría evitado tener que
mostrarle que esta habitación está aquí para dormir en ella y este mundo para
morir. Y ahora basta, tenemos… (Se oye a lo lejos el ruido de
las aguas.) Venga usted, madre, y por el amor de ese Dios al que a veces
invoca, acabemos con esto de una vez.
(LA MADRE da un paso hacia la cama.)
LA MADRE
¡Vamos! Pero me parece que este amanecer no
llegará nunca.
TELÓN
Acto III
Escena primera
En escena, LA MADRE, MARTA y EL CRIADO. El viejo barre y pone orden. La hermana está detrás del mostrador,
estirándose el pelo hacia atrás. LA MADRE cruza el escenario y se dirige hacia la puerta.
MARTA
¿Ve usted como ha llegado el amanecer?
LA MADRE
Sí. Mañana me alegraré de que por fin haya
acabado todo. Ahora lo único que noto es cansancio.
MARTA
Es la primera mañana en muchos años que
respiro. Me parece estar oyendo ya el mar. Siento tanta alegría aquí dentro que
me entran ganas de gritar.
LA MADRE
Mejor, Marta, mejor. Pero en este momento me
siento tan vieja que no puedo compartir nada contigo. Mañana todo irá mejor.
MARTA
Sí, todo irá mejor, así lo espero. Pero no se
queje aún y déjeme ser feliz a mis anchas. Vuelvo a ser la muchacha que fui. De
nuevo me arde el cuerpo y tengo ganas de correr. ¡Oh!, dígame una cosa tan
sólo…
(Se interrumpe.)
LA MADRE
¿Qué pasa, Marta? Pareces otra.
MARTA
Madre… (Vacila; luego con
vehemencia.) ¿Todavía soy guapa?
LA MADRE
Lo eres esta mañana. El crimen es hermoso.
MARTA
¡Qué importa ahora el crimen! Me siento nacer
por segunda vez, iré a la tierra donde seré feliz.
LA MADRE
Me voy a descansar. Pero me alegra saber que
por fin la vida va a empezar para ti.
(EL CRIADO ANCIANO aparece en lo alto de la escalera, baja hacia MARTA, le alarga el pasaporte y sale sin decir nada. MARTA abre el pasaporte y lo lee sin que su rostro acuse reacción alguna.)
LA MADRE
¿Qué es eso?
MARTA (Con voz
tranquila.)
Su pasaporte. Lea usted.
LA MADRE
Ya sabes que tengo la vista cansada.
MARTA
¡Lea! Así sabrá su nombre.
(LA MADRE coge el pasaporte, se sienta ante una mesa, abre el pasaporte y lee.
Permanece largo rato mirando las páginas que tiene delante.)
LA MADRE (Sin inmutarse.)
Ya sabía yo que algún día pasaría algo así y
que entonces habría que terminar de una vez por todas.
MARTA (Colocándose
delante del mostrador.)
¡Madre!
LA MADRE (Con el mismo tono.)
Déjalo, Marta; ya he vivido bastante. He
vivido mucho más tiempo que mi hijo. No lo he reconocido y lo he matado. Ahora
puedo ir a reunirme con él al fondo de ese río donde las hierbas le cubren ya la
cara.
MARTA
¡Madre! ¿No irá a dejarme sola?
LA MADRE
Me has ayudado mucho, Marta, y siento
abandonarte. Si todavía tiene algún sentido, puedo dar fe de que a tu modo has
sido una buena hija. Siempre me has guardado el respeto debido. Pero ahora
estoy cansada, y mi viejo corazón, que se creía insensible a todo, acaba de
conocer de nuevo el dolor. Ya no tengo edad para resignarme a eso. Y, de todas
formas, el que una madre sea incapaz de reconocer a su propio hijo significa
que ha acabado su papel en este mundo.
MARTA
No, madre, si todavía está pendiente la
felicidad de su hija. No entiendo lo que me dice. No reconozco sus palabras.
¿Acaso no me ha enseñado usted a no respetar nada?
LA MADRE (Con el mismo tono indiferente.)
Sí, pero yo acabo de saber que me equivocaba y
que, en este mundo donde nada es seguro, hay que tener certezas. (Con amargura.) El amor de una madre por su hijo es ahora mi
certeza.
MARTA
¿Me está usted diciendo que no está segura de
que una madre pueda amar a su hija?
LA MADRE
No quiero lastimarte ahora, Marta, pero lo
cierto es que no es lo mismo. Es menos intenso. ¿Cómo puedo prescindir del amor
de mi hijo?
MARTA (Con vehemencia.)
¡Bonito amor, que la tuvo olvidada veinte
años!
LA MADRE
Sí, bonito amor, que sobrevivió a veinte años
de silencio. ¡Y, además, da lo mismo! Ese amor es lo bastante hermoso para mí,
puesto que sin él no puedo vivir.
(Se levanta.)
MARTA
No es posible que diga usted eso sin rebelarse
y sin pensar en su hija.
LA MADRE
Pues no, no pienso en nada, y menos aún en rebelarme.
Esto es el castigo, Marta, y supongo que llega un momento en que a todos los
asesinos les pasa lo mismo que a mí, que se quedan vacíos por dentro,
estériles, sin futuro posible. Por eso los ejecutan, porque no sirven para
nada.
MARTA
Utiliza usted un lenguaje que desprecio. No
soporto oírla hablar de crímenes y de castigos.
LA MADRE
Digo lo que me viene a los labios, nada más.
¡Ah!, he perdido la libertad, ¡empieza el infierno!
MARTA (Se acerca a
ella, y con violencia.)
No decía usted eso antes. Durante todos estos
años ha estado siempre a mi lado sosteniendo con mano firme las piernas de los
que iban a morir. Entonces no se paraba a pensar en la libertad y en el
infierno. Y continuó haciendo lo mismo. ¿Por qué ha de cambiar eso su hijo?
LA MADRE
Es cierto, continué haciéndolo. Pero por
costumbre, como una muerta. Bastaba el dolor para transformarlo todo. Eso es lo
que mi hijo ha venido a cambiar. (MARTA hace
ademán de hablar.) Ya sé que resulta extraño, Marta. ¿Qué significa el
dolor para una criminal? Pero, como ves, no es un auténtico dolor de madre:
todavía no he gritado. Es sólo el sufrimiento que produce renacer al amor, y
sin embargo me rebasa. También sé que tampoco existe razón para ese
sufrimiento. (Cambiando de tono.) Pero el mundo
tampoco es razonable; y bien puedo decirlo yo, que lo he vivido todo, desde la
creación hasta la destrucción.
(Se dirige decidida hacia
la puerta, pero
MARTA la adelanta y se planta
ante la entrada.)
MARTA
No, madre, no me abandonará. No olvide que yo
me quedé y que él se marchó, que me ha tenido usted a su lado toda una vida y
que él guardó silencio desde que se fue. Eso se paga. Debe tener eso en cuenta.
Y conmigo es con quien ha de quedarse.
LA MADRE (Con dulzura.)
Es cierto, Marta, ¡pero a él lo he matado!
(MARTA se ha vuelto un
poco hacia atrás, como si mirara hacia la puerta.)
MARTA (Tras un
silencio, con creciente vehemencia.)
Él consiguió cuanto la vida puede darle a un
hombre. Abandonó su país. Conoció otros espacios, el mar, seres libres. Yo me
quedé aquí. Me quedé, pequeña y apagada, sumida en el tedio, sepultada en el
corazón del continente y crecí en el espesor de estas tierras. Nadie ha besado
mi boca, y ni siquiera usted ha visto mi cuerpo desnudo. Se lo juro, madre, eso
ha de pagarse. Y con la vana excusa de que un hombre ha muerto, no puede
escurrir el bulto en el momento en que yo iba a recibir lo que me corresponde.
Comprenda que, para un hombre que ha vivido, la muerte es algo irrisorio.
Podemos perfectamente olvidar a mi hermano. Lo que le ha ocurrido carece de
importancia: no le quedaba ya nada por conocer. En cambio, a mí pretende usted
arrebatármelo todo, quitarme aquello de lo que él ha disfrutado. ¿Y encima va a
robarme el amor de mi madre y a llevársela para siempre a su río helado?
(Se miran en silencio.
La hermana baja los ojos.)
MARTA (Muy quedo.)
Me contentaría con tan poco… Madre, hay
palabras que nunca he sabido pronunciar, pero creo que sería grato reanudar
nuestra vida de cada día.
(LA MADRE se ha acercado a ella.)
LA MADRE
¿Lo habías reconocido?
MARTA (Alzando
bruscamente la cabeza.)
¡No! No lo había reconocido. No conservaba
imagen alguna de él, ha pasado lo que tenía que pasar. Usted misma lo ha dicho,
este mundo no es razonable. Pero tampoco está mal que me haga esa pregunta.
Porque ahora sé que, aunque lo hubiera reconocido, nada hubiese cambiado.
LA MADRE
Prefiero creer que eso no es cierto. Incluso
los peores asesinos tienen momentos de tregua.
MARTA
También los tengo yo. Pero ante un hermano
desconocido e indiferente no hubiera agachado la cabeza.
LA MADRE
¿Pues entonces ante quién?
(MARTA baja la cabeza.)
MARTA
Ante usted.
(Silencio.)
LA MADRE (Lentamente.)
Demasiado tarde, Marta. Ya no puedo hacer nada
por ti (Se vuelve hacia su hija.) ¿Lloras, Marta? No,
no sabrías llorar. ¿Recuerdas cuando te besaba?
MARTA
No, madre.
LA MADRE
Tienes razón. Hace mucho tiempo de eso y
enseguida olvidé tenderte los brazos. Pero no he dejado de quererte. (Aparta con dulzura a MARTA, que poco a poco se hace a un lado para dejarla pasar.) Lo sé
ahora, que hablo con el corazón; vuelvo a vivir en el momento en que ya no
soporto vivir.
(MARTA la ha dejado
pasar.)
MARTA (Con el rostro
entre las manos.)
Pero ¿qué puede importarle más que ver
desgraciada a su hija?
LA MADRE
Tal vez el cansancio, y el ansia de descanso.
(Sale sin que su hija
se oponga.)
Escena 2.ª
(MARTA corre hacia la puerta, la cierra bruscamente, se pega a ella. Se pone a
gritar.)
MARTA
¡No! Yo no tenía por qué velar por mi hermano, y,
sin embargo, de pronto me encuentro desterrada en mi propio país; hasta mi
propia madre me ha rechazado. Pero yo no tenía por qué velar por mi hermano,
ésa es la injusticia que se inflige a la inocencia. Ahora él ha visto realizado
su deseo, mientras que yo me quedo sola, lejos del mar que tanto ansiaba. ¡Oh,
cómo lo odio! ¡Toda la vida esperando esa ola que tenía que llevarme con ella,
y ahora sé que ya no vendrá! A mi derecha y a mi izquierda, delante y detrás de
mí, me veo condenada a permanecer con una multitud de pueblos y de naciones, de
llanos y de montañas, que detienen el viento del mar, cuyos cuchicheos y
murmullos ahogan su insistente llamada. (Más quedo.)
¡Otros tienen más suerte! Existen lugares alejados del mar donde el viento
nocturno lleva a veces un olor a algas. Con él trae imágenes de playas húmedas
en las que suena el grito de las gaviotas. O de arenas doradas en atardeceres
sin fin. Pero el viento no tiene fuerza para llegar hasta aquí; ya nunca
recibiré lo que se me debe. Por más que pegue el oído al suelo, no oiré el
batir de las olas heladas o la cadenciosa respiración del mar alegre. Estoy
demasiado lejos de lo que amo y mi distancia no tiene remedio. ¡Lo odio, lo
odio por haber conseguido lo que quería! En cambio, mi patria es este lugar
cerrado y espeso con un cielo sin horizonte; sólo tengo para saciar mi hambre
el ácido ciruelo de esta tierra y nada para saciar mi sed, salvo la sangre que
he derramado. ¡Ése es el precio que se paga por el cariño de una madre!
¡Pues que muera, puesto que no me quiere! ¡Que se
cierren las puertas a mi alrededor! ¡Que me deje entregarme a mi justa ira!
Porque, antes de morir, no alzaré los ojos para implorar al cielo. Allí donde
es posible huir, ser libre, apretar el cuerpo contra otro cuerpo, saltar sobre
las olas, en ese país defendido por el mar, allí los dioses no se acercan. En
cambio, aquí, donde la mirada encuentra barreras por todos los lados, toda la
tierra está concebida para que el rostro se alce y la mirada suplique. ¡Ah!,
cómo odio este mundo en el que nos vemos reducidos a Dios. Pero a mí, víctima
de la injusticia, no se me ha dado lo que se me debe, y no me arrodillaré.
Privada de mi lugar en esta tierra, rechazada por mi madre, sola en medio de
mis crímenes, abandonaré este mundo sin haberme reconciliado con él.
(Llaman a la puerta.)
Escena 3.ª
MARTA
¿Quién es?
MARÍA
Una viajera.
MARTA
Ya no recibimos clientes.
MARÍA
Vengo a ver a mi marido.
(Entra.)
MARTA (Mirándola.)
¿Y quién es su marido?
MARÍA
Llegó aquí ayer, y tenía que reunirse conmigo
esta mañana. Me extraña que no lo haya hecho.
MARTA
Dijo que su mujer estaba en el extranjero.
MARÍA
Tiene sus razones para ello. Pero teníamos que
encontrarnos esta mañana.
MARTA (Que no ha
dejado de mirarla.)
Eso va a ser difícil. Su marido ya no está
aquí.
MARÍA
¿Qué dice usted? ¿No se alojó en su hotel?
MARTA
Sí, pero se marchó esta noche.
MARÍA
No puedo creerlo, conozco los motivos que
tiene para quedarse en esta casa. Pero me preocupa su tono. Dígame lo que tenga
que decirme.
MARTA
No tengo nada que decirle; sólo que su marido
ya no está aquí.
MARÍA
No ha podido marcharse sin mí, no la entiendo.
¿Se ha despedido definitivamente o ha dicho que volvería?
MARTA
Se ha despedido definitivamente.
MARÍA
Escuche. Desde ayer me veo obligada a soportar
en este país extraño una espera que me ha agotado la paciencia. He venido
porque estaba inquieta, y no pienso marcharme sin haber visto a mi marido o sin
saber dónde encontrarlo.
MARTA
Eso no es asunto mío.
MARÍA
Se equivoca. También es asunto suyo. No sé si
mi marido aprobará lo que voy a decirle, pero estoy harta de tanta
complicación. El hombre que llegó a su casa ayer por la mañana es el hermano
del que no oía usted hablar desde hace años.
MARTA
No me dice usted nada nuevo.
MARÍA (Estallando.)
Pues entonces, ¿qué ha pasado? ¿Cómo es que su
hermano no está en esta casa? ¿No lo ha reconocido, y no se han alegrado su
madre y usted de que regresara?
MARTA
Su marido ya no esta aquí porque ha muerto.
(MARÍA sufre un
sobresalto y permanece un rato silenciosa, sin despegar los ojos de MARTA. Luego se acerca a ella y sonríe.)
MARÍA
Bromea usted, ¿verdad? Jan me ha contado
muchas veces que, de niña, le gustaba a usted desconcertar a la gente. Somos
casi hermanas y…
MARTA
No me toque. Quédese donde está. Nosotras dos
no tenemos nada en común. (Pausa.) Su marido murió esta
noche, le aseguro que no es ninguna broma. No tiene usted nada que hacer aquí.
MARÍA
Pero está usted loca, loca de atar. Uno no
muere así como así. Es demasiado repentino, no puedo creerla. ¿Dónde está?
Déjeme que lo vea muerto y sólo entonces creeré lo que no puedo ni siquiera
imaginar.
MARTA
Imposible. Está en un sitio en el que nadie
puede verle. (MARÍA hace un gesto hacia ella.) No me toque y
quédese ahí… Está en el fondo del río; mi madre y yo lo hemos llevado allí esta
noche, después de dormirlo. No ha sufrido, pero, en cualquier caso, está
muerto, y lo hemos matado mi madre y yo.
MARÍA (Retrocede.)
No, no…, soy yo la que está loca y la que oye
palabras que nunca se habían pronunciado en la faz de la Tierra. Sabía que nada
bueno me esperaba aquí, pero no estoy dispuesta a participar en esta demencia.
No entiendo, no la entiendo…
MARTA
Mi papel no es convencerla, sino simplemente
informarla. Usted misma se rendirá a la evidencia.
MARÍA (Como distraída.)
¿Por qué han hecho ustedes eso?
MARTA
¿En nombre de qué me hace esa pregunta?
MARÍA (Gritando.)
¡En nombre de mi amor!
MARTA
¿Qué quiere decir esa palabra?
MARÍA
Quiere decir todo lo que, ahora, me desgarra y
me muerde, este delirio que abre mis manos impulsándome a matar. Si no fuera
por la obcecada incredulidad que perdura en mi corazón, sabría usted, loca, lo
que quiere decir esa palabra al sentir que le desgarro la cara con las uñas.
MARTA
La verdad es que utiliza usted un lenguaje que
no entiendo. Amor, alegría, dolor, son palabras que no me caben en la cabeza.
MARÍA (Haciendo un
gran esfuerzo.)
Escuche, dejemos este juego, si es que lo es.
No nos vayamos por las ramas con palabras inútiles. Dígame, muy claramente, lo
que quiero saber muy claramente, antes de abandonarme a la desesperación.
MARTA
Es difícil ser más clara de lo que lo he sido.
Hemos matado a su marido esta noche, para robarle el dinero, como lo habíamos
hecho ya con otros viajeros antes que él.
MARÍA
¿O sea que su madre y su hermana eran unas
criminales?
MARTA
Sí.
MARÍA (Con el mismo
esfuerzo.)
¿Sabía usted que era su hermano?
MARTA
Ya que quiere saberlo, hubo un malentendido. Y
por poco que conozca el mundo, no le sorprenderá.
MARÍA (Regresando
hacia la mesa, los puños pegados al pecho, con voz sorda.)
¡Oh!, Dios mío, ya sabía yo que esta comedia
acabaría trágicamente y que él y yo recibiríamos un castigo por prestarnos a
ella. Se cernía la desgracia en el cielo. (Se detiene ante la
mesa y habla sin mirar a MARTA.) Él quería que le
reconocieran ustedes, regresar a su casa, traerles la felicidad, pero no sabía
cómo decirlo. Y mientras buscaba las palabras, lo matan. (Se
echa a llorar.) Y ustedes, como dos perturbadas, ciegas ante ese hijo
maravilloso que regresaba… porque era maravilloso, ¡si supiera usted qué
corazón noble, qué alma exigente acaba de matar! Podía haber sido su orgullo,
como lo era el mío. ¡Pero no!, era usted su enemiga, es usted su enemiga,
¡usted que puede hablar fríamente de algo que debería arrojarla a la calle y
arrancarle gritos de fiera salvaje!
MARTA
No juzgue tan pronto, porque no lo sabe usted
todo. En este momento, mi madre se ha reunido con su hijo. El agua empieza a
devorarlos. No tardarán en descubrirlos y descansarán en la misma tierra. Pero
tampoco veo que eso tenga que arrancarme gritos. Mi idea del corazón humano es
distinta y, para serle sincera, me repugnan sus lágrimas.
MARÍA (Volviéndose
hacia ella con odio.)
Son las lágrimas de las alegrías para siempre
perdidas. A usted le convienen más estas lágrimas que ese dolor seco que va a
invadirme dentro de poco y que podría impulsarme a matarla sin vacilar un
instante.
MARTA
Es algo que me deja fría. Le aseguro que
supondría poca cosa para mí. Yo también he visto y oído suficiente, y también
he decidido morir. Pero no quiero mezclarme con ellos. ¿Qué me importa a mí su
compañía? Ahí se queden con su cariño recobrado y sus caricias oscuras. Ni
usted ni yo cabemos ahí, nos son infieles para siempre. Menos mal que me queda
mi cuarto, será grato morir sola en él.
MARÍA
Tanto me da que muera usted como que se venga
abajo el mundo, porque yo he perdido al que amo. Ahora tendré que vivir en
medio de esta terrible soledad en la que la memoria es un suplicio.
(MARTA se coloca tras
ella y habla desde allí.)
MARTA
Tampoco exageremos. Usted ha perdido a su
marido y yo a mi madre. Al fin y al cabo, estamos en paz. Pero usted sólo lo ha
perdido una vez, después de haber disfrutado durante años de él y sin que él la
haya rechazado. En cambio, a mí mi madre me ha rechazado. Ahora ha muerto y la
he perdido dos veces.
MARÍA
Él quería compartir con ustedes su fortuna,
hacerlas felices a las dos. Y en eso pensaba, solo en su habitación, mientras
ustedes preparaban su muerte.
MARTA (Con voz de
pronto desesperada.)
Yo estoy en paz con su marido, porque he
vivido su misma desesperación. Como él, pensaba que tenía mi casa. Imaginaba
que el crimen era nuestro hogar, un hogar que nos unía para siempre a mi madre
y a mí. ¿En qué otra persona podía volcarme sino en ella, que había matado al
mismo tiempo que yo? Pero me equivocaba. El crimen también es una soledad,
incluso si se comete entre mil. Y es justo que muera sola, después de haber
vivido y matado sola.
(MARÍA se vuelve hacia
ella, llorosa.)
MARTA (Echándose hacia
atrás y de nuevo con voz dura.)
No me toque, ya se lo he dicho. Sólo con
pensar que una mano humana pueda imponerme su calor antes de morir, que
cualquier cosa que se asemeje al repulsivo cariño de los hombres pueda
perseguirme todavía, noto que la sangre me sube furiosa a las sienes.
(Están frente a frente,
muy cerca.)
MARÍA
No tema. La dejaré morir como desea. Estoy
ciega, ¡ya no veo! Y ni su madre ni usted serán nunca para mí más que rostros
huidizos, rostros hallados y perdidos en el transcurso de una tragedia que será
eterna. No me inspiran ustedes ni odio ni compasión. No puedo ya amar ni odiar
a nadie. (Esconde de pronto la cara entre las manos.)
En realidad, apenas he tenido tiempo de sufrir o de rebelarme. La desgracia es
más grande que yo.
(MARTA, que se ha
vuelto y ha dado unos pasos hacia la puerta, regresa hacia MARÍA.)
MARTA
Pero tampoco tan grande, puesto que le ha
dejado lágrimas. Y antes de separarme de usted para siempre, veo que todavía me
queda algo pendiente. Me queda desesperarla a usted.
MARÍA (Mirándola
aterrada.)
¡Oh!, déjeme. ¡Váyase y déjeme!
MARTA
La dejaré, en efecto, y para mí será también
un alivio, no aguanto su amor y su llanto. Pero no puedo morir dejándole la
idea de que tiene razón, de que el amor no es inútil y de que esto es un
accidente. Porque ahora las cosas han vuelto al orden. Tiene que hacerse a la
idea.
MARÍA
¿Qué orden?
MARTA
El orden en el que nunca se reconoce a nadie.
MARÍA (Con la mirada
extraviada.)
Me da igual, apenas la oigo a usted. Tengo el
corazón desgarrado. Lo único que me importa es el hombre al que han matado
ustedes.
MARTA (Con violencia.)
¡Cállese! No quiero volver a oír hablar de él,
lo odio. Ya no es nada para usted. Ha entrado en la casa amarga en la que el
destierro es eterno. ¡El muy estúpido tiene ahora lo que quería! Se ha reunido
con la que buscaba. Todo ha vuelto al orden. Comprenda que ni para él ni para
nosotros, ni en la vida ni en la muerte, existe patria ni paz. (Con una risita de desprecio.) Porque no puede llamarse
patria a esta tierra espesa y sin luz donde la gente sale a alimentar animales
ciegos.
MARÍA (Llorosa.)
¡Oh!, Dios mío, no puedo soportar ese
lenguaje. Él tampoco lo hubiera soportado. Era otra la patria adonde se
dirigía.
MARTA (Ya en la
puerta, volviéndose bruscamente.)
Esa locura ha recibido su pago. Pronto recibirá
usted el suyo. (Misma risa.) A las dos nos han robado,
ya se lo he dicho. ¿De qué sirve esa gran llamada del ser, esa emoción de las
almas? ¿Para qué gritar hacia el mar o hacia el amor? Es ridículo. Su marido
conoce ahora la respuesta, esa espantosa casa en la que al final estaremos
apretujados los unos contra los otros. (Con odio.)
También usted la conocerá, y si entonces pudiera, recordaría con delicia este
día en el que creía que comenzaba para usted el más desgarrador de los
destierros. Comprenda que su dolor jamás será equiparable a la injusticia que
se comete con el hombre; y, para acabar, escuche mi consejo. Bien le debo un
consejo, ¿no?, ¡ya que he matado a su marido!
Ruegue a su Dios que la haga semejante a la
piedra. Ésa es la felicidad que él se reserva, la única felicidad auténtica.
Como él, haga oídos sordos a todos los gritos, sea como la piedra, mientras
esté a tiempo. Pero si se siente demasiado cobarde para entrar en esa paz muda,
reúnase con nosotros en nuestra casa común. ¡Adiós, hermana! Es fácil, como ve.
Sólo tiene que elegir entre la felicidad estúpida de las piedras y el lecho
pegajoso en el que la esperamos.
(Sale, y MARÍA, que la ha escuchado con mirada extraviada, se tambalea, con las manos
tendidas hacia delante.)
MARÍA (Gritando.)
¡Oh, Dios mío! ¡No puedo vivir en este
desierto! Hablaré contigo y sabré dar con las palabras. (Cae
de rodillas.) Sí, a ti me encomiendo. ¡Compadécete de mí, vuélvete hacia
mí! ¡Óyeme, dame tu mano! ¡Ten piedad, Señor, de los que se aman y están
separados!
(Se abre la puerta y
aparece EL CRIADO
ANCIANO.)
Escena 4.ª
EL ANCIANO (Con voz clara y firme.)
¿Me ha llamado usted?
MARÍA (Volviéndose
hacia él.)
¡Oh, no lo sé! Pero ayúdeme, porque necesito
ayuda. ¡Tenga piedad y consienta en ayudarme!
EL ANCIANO (Con la misma voz.)
¡No!
TELÓN
ALBERT CAMUS (Mondovi,
Argelia, 1913 - Villeblerin, Francia, 1960) Novelista, dramaturgo y ensayista
francés. Nacido en el seno de una modesta familia de emigrantes franceses, su
infancia y gran parte de su juventud transcurrieron en Argelia. Inteligente y
disciplinado, empezó estudios de filosofía en la Universidad de Argel, que no
pudo concluir debido a que enfermó de tuberculosis.
Formó entonces una
compañía de teatro de aficionados que representaba obras clásicas ante un
auditorio integrado por trabajadores. Luego ejerció como periodista durante un
corto período de tiempo en un diario de la capital argelina, mientras viajaba
intensamente por Europa. En 1939 publicó Bodas,
conjunto de artículos que incluyen numerosas reflexiones inspiradas en sus
lecturas y viajes. En 1940 marchó a París, donde pronto encontró trabajo como
redactor en Paris-Soir.
Empezó a ser conocido en
1942, cuando se publicaron su novela corta El extranjero,
ambientada en Argelia, y el ensayo El mito de Sísifo,
obras que se complementan y que reflejan la influencia que sobre él tuvo el
existencialismo. Tal influjo se materializa en una visión del destino humano
como absurdo, y su mejor exponente quizá sea el «extranjero» de su novela,
incapaz de participar en las pasiones de los hombres y que vive incluso su
propia desgracia desde una indiferencia absoluta, la misma, según Camus, que
marca la naturaleza y el mundo.
Sin embargo, durante la
Segunda Guerra Mundial se implicó en los acontecimientos del momento: militó en
la Resistencia y fue uno de los fundadores del periódico clandestino Combat, y
de 1945 a 1947, su director y editorialista. Sus primeras obras de teatro, El malentendido y Calígula,
prolongan esta línea de pensamiento que tanto debe al existencialismo, mientras
los problemas que había planteado la guerra le inspiraron Cartas
a un amigo alemán.
Su novela La peste (1947) supone un cierto cambio en su pensamiento:
la idea de la solidaridad y la capacidad de resistencia humana frente a la
tragedia de vivir se impone a la noción del absurdo. La peste es a la vez una
obra realista y alegórica, una reconstrucción mítica de los sentimientos del
hombre europeo de la posguerra, de sus terrores más agobiantes. El autor
precisó su nueva perspectiva en otros escritos, como el ensayo El hombre en rebeldía (1951) y en relatos breves como La caída y El exilio y el reino,
obras en que orientó su moral de la rebeldía hacia un ideal que salvara los más
altos valores morales y espirituales, cuya necesidad le parece tanto más evidente
cuanto mayor es su convicción del absurdo del mundo.
Si la concepción del
mundo lo emparenta con el existencialismo de Jean-Paul Sartre y su definición
del hombre como «pasión inútil», las relaciones entre ambos estuvieron marcadas
por una agria polémica. Mientras Sartre lo acusaba de independencia de
criterio, de esterilidad y de ineficacia, Camus tachaba de inmoral la
vinculación política de aquél con el comunismo.
De gran interés es
también su serie de crónicas periodísticas Actuelles.
Tradujo al francés La devoción de la cruz, de
Calderón, y El caballero de Olmedo, de Lope de Vega.
En 1963 se publicaron, con el título de Cuadernos, sus
notas de diario escritas entre 1935 y 1942. Galardonado en 1957 con el Premio
Nobel de Literatura, falleció en un accidente de automóvil.
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